Cuando nadie deja comentarios en el blog uno se pone a pensar en los comentarios. Ciento cincuenta y pico de visitas y ningún comentario. Pienso pero no sé qué pienso. La cantidad de supuestos que uno pone ahí, en las respuestas de los demás, ni siquiera en lo que dicen, sino en el hecho de que haya o no respuestas. Los que escriben sin habilitar comentarios me parecen valientes. Esa es la conclusión.
Días raros. Ayer a la noche, los truenos, la lluvia, el cielo iluminado por relámpagos y yo estrenando la computadora (sí, finalmente la notebook) que le compré a mi amigo P a b l o. Por escribir algo escribí una entrada de un diario que es francamente impublicable. Está bien tener intimidad impublicable. Un diario no es lo mismo que un blog, ni aún lo mismo que un blog que hace de diario. Escribí divagues un rato largo, tomé un té de boldo y me fui a dormir.
En medio de la noche, entre despierta y dormida, pensé en si no estaría de vacaciones, si pronto no tendría que volver a casa de mis padres. Pero no. Y está bien así. Muy bien.
Hoy a la mañana, entre sueños horribles, me quedé dormida. Nunca me quedo dormida. Unos minutos igual, nada grave. Me bañé, salí apurada y caminando por Salguero lo vi a él salir de un edificio, de la mano de una chica, también de la facultad. Esta vez él no me vio. Supongo que vive a la vuelta de mi casa. Podría ser ella la que vive allí, pero supongo que es él. Los miré: él, la verdad, no es nada lindo, y su porte es aún peor; ella está bien. Caminaban de la mano, con cara de dormidos, en la vereda de enfrente y en dirección opuesta a la mía. Pronto los dejé de ver. Caminé las doce cuatras restantes en forma automática y en forma automática ahora estoy acá, por empezar el día y ponerme a trabajar.
...viene a mojarse los pies a la luna...