Más oficinista que nunca (o porque lo otro no lo puedo contar).
Al menos, en el recorrido que camino todos los días para ir de casa al trabajo, hoy me crucé con el viejo escritor que desayunaba en un bar y me hizo señas para que entrase a saludar. Unos minutos de cierta incomodidad y seguir por Salguero hasta casi Beruti.
También me crucé con el padre que acompaña a su hijo al colegio. En inglés hay muchas palabras distintas para el verbo mirar. Diferentes miradas cada una un verbo. Debería haber una palabra especial para la mirada que se dedican cada mañana los que se cruzan en sus itinerarios de rutina. Sin hablar, sin conocernos e incluso sin recordar a esa persona en ningún otro momento del día, cuando nos vemos pensamos ah, sí, claro, hola -cómo puedo haber olvidado que en esta cuadra, justo en esta cuadra, me iba a cruzar con vos, como todos los días.
Y yo pienso, siempre, tu hijo y vos, el mismo peinado, ese aspecto rockanrolero, me caés bien.
Tengo que trabajar. Se rinde mi Bartleby interior ante las obligaciones aburridas con las que tengo que cumplir. Cierta tensión de la semana pasada retrae mi preferiría no hacerlo para ponerse en acción.
Pero todo esto me importa tan poco.
Pienso en la licencia que se toma mi amiga. En las clases que dan otros. En cuando alguien te cuenta lo que tiene que hacer durante el día y eso no significa nunca ocho horas en el mismo lugar.