Justo ahora que otra vez vas a irte, baja el nivel de stress en la oficina y mi compañero A., el que me abraza cuando estás lejos y yo estoy triste, también se va (pensamos que no iba a irse, que tomaríamos mate todas las tardes de aquí al lunes, como en las mejores oficinas públicas) a ese Congreso al que van casi todos y para el que trabajamos tanto. La oficina queda desierta, más desierta sin abrazos, y yo prometo usar el tiempo libre para estudiar cuando sé que en verdad voy a querer planificar mi fiesta de cumpleaños. Abro la casilla de correo para enterarme de que una compañera de secundario se casa en abril de 2007 con el novio con el que sale desde 1998. Estábamos en cuarto año y ella empezaba el noviazgo al tiempo que yo encaraba mi primer separación, mucho más sencilla que las que vinieron después (no te quiero más, ya no podemos crecer juntos, dije casi a modo de receta cuando en verdad estaba enamoradísima de otro con el que nunca pasó nada).
Pienso que llevamos casi el mismo tiempo de novias, aunque en estos ocho años de ella con su único novio yo tuve como tres o cuatro (de los "serios"). Supongo que se casarán por templo y harán una linda fiesta. Por momentos imagino cómo sería mi vida si me casara con el novio de los diecisiete o dieciocho y entonces recuerdo que la relación que comencé a los dieciocho fue la más complicada que tuve. Nunca fui fácil.
Me doy cuenta de que equiparo toda la vida con un primer novio a la fe religiosa. Yo ni primer novio ni creer en Dios. Muy superada pero también el temor de ser soltera y desprotegida for ever. Esto tampoco puedo evitarlo: pasión por el riesgo. Ir a ojos cerrados justo a esos lugares de los que no sé nada. Y odiarme porque me sé controladora pero imantada a los imprevistos.
Mis vestidos nunca fueron ni serán blancos.
...viene a mojarse los pies a la luna...