Llego al trabajo, leo tu mail, postales del viaje, y como una idiota me pongo a llorar. Primero mensaje por celular pero mejor te llamo: hay días que odio las palabras sin tono de voz. Atendés en el norte y tu voz es cariñosa como necesitaba. Por suerte la camioneta se detiene en una estación de servicio y podés hablar tranquilo. Corto y vuelvo a llorar. En la cocina les cuento a mis compañeros que estoy sensible y cuando lo digo me doy cuenta de que claro, hoy me indispuse, y aunque dicen que en general nos ponemos histéricas a mí me da por ponerme así: necesito mimos, ponerme el saquito porque tengo frío, que nadie me grite, que me alcancen un mate. Por suerte, tengo un adorado compañero de trabajo que presta su abrazo de hombre grandote y me hace sentir mejor. Alcanza un mate, después otro, y además me consigue la foto que buscaba ya al borde de la desesperación para el video que estamos armando. Lloro y me río y nos reímos.
Querido A.: con coequipers como vos no se necesitan enamorados.
...viene a mojarse los pies a la luna...