Me encuentro con el chico al que veo cada tanto en lugares varios y esta vez, en lugar de mirarnos y a lo sumo decir "hola", alguien nos presenta, y con la presentación, el silencio definitivo. Soy de el interpretador y con algunos eso no funciona. Una lástima, pienso, pero no vuelvo a mi casa, en parte porque si decidiera volver tendría que tomar el mismo colectivo que él (sé que vivo a la vuelta de su casa) y porque la cena promete ser pintoresca. Desde la punta de la mesa me pierdo lo más importante de las conversaciones. Apenas cruzo palabras con el hijo del escritor y con el escritor, que no tarda demasiado en hablar de mis tetas y decir que las prefiere así, chiquitas y nunca pero nunca siliconadas. Incluso saca un libro de su maletín, reciente reedición europea de un relato muy conocido, y me lo dedica a mí ("la Marina -de guerra-...") y a las chiquitas que me acompañan ("...y sus tetitas punk."). Curiosidad que dormirá en la biblioteca y, juro, no en mi cama.
El escritor pregunta por una amiga mía y lamenta su -eterna- ausencia. Me regala un saquito de té verde después de que yo rechazara ir a tomarlo a su casa o invitarlo a la mía, pagamos y nos vamos.
En palermo viejo, en Santa Rosa y Borges, hay un santuario de la difunta correa. Un académico dice que es la madre de Facundo. Otro repara en la distancia que hay entre La Rioja y San Juan y con poco rigor, de todos modos se decide que la difunta bien podría ser una mujer importante en la tradición de la Literatura Argentina.
En palermo viejo, en Santa Rosa y Borges, hay un santuario de la difunta correa. Y mientras los literatos filosofan sobre el linaje y lo nacional, la virgen duerme ahogada en el pis de los perros cool.
...viene a mojarse los pies a la luna...