Cantamos y tocamos la guitara en una casa-bar de San Telmo. Hay encuentros raros. Salen cosas sin planificación. Estamos ahí fuera del tiempo o como si siempre hubiera sido así: Obelix cantando igualito a Calamaro, Juan, con su pelo beatle que nos trae canciones de baff (o paff?), Se.ba, los mismos tres acordes con sabor a canción nueva, Inés divina, Lafosse contento y el anfitrión de la casa, voz rasposa y vestuario de otro de tiempo.
Antes, la presentación de la Joven Guardia, la antología de los “jóvenes escritores”. Hablaron Muleiro y Saccomano, pero me ahorro descripción y reflexiones. Había bastante gente. Por algún lado estaban “los paszkowskys”, por mi lado estábamos “los interpretadores” en elenco extendido.
Observé los grupos y vi que siempre me pasa lo mismo:
En la escuela estatal era la que iba los sábados al club judío.
En el club judío era la que iba a colegio estatal (esto era lo mejor).
En “los paszkowskys” soy las que se sienta con “los interpretadores”,
Y en “los interpretadores” soy la que hizo taller con Pazskowski.
Cuando era chica sufría un poco por eso. Ahora me gusta. Me parece interesante, un lugar que es una línea desde donde siempre puedo mirar otras líneas de cerca pero no tanto.
A veces se me complican algunas cosas. No se puede estar bien en todos lados, aunque yo me empecine y aunque el miedo al desamor llegue a fatalidad.
Armado el mapa literoide del lugar, hacemos comentarios sobre el desastre de Muleiro. Se.ba es divertido, pienso. Toma nota. Después soy yo misma la que escribe. Creo que tiré el papel.
Después, la cena. caminar para encontrar un lugar (parrillas cerradas en las calles de Parque Lezama) y terminar, con Cucurto a la cabeza, en una pizzería casi abajo de la autopista. Entre Juan y Cucurto miran al policía de la puerta y aventuran que si se va significa que “nos entregó”. Yo imagino el titular de Clarín:
Frustrada generación de escritores.
Robo y asesinato en pizzería de constitución.
Gabi Bejerman saca fotos; Terranova, flamante pater familiae, auspicia de padrino del asunto, las charlas se suceden a lo largo de la mesa, y después de pagar la cuenta para intentar seguirla en otro lado, el grupo (como todo grupo) se depura y sólo algunos llegamos a ese lugar de San Telmo, donde tocamos la guitarra, cantamos y tomamos vino hasta esa hora divina que me devuelve a mi casa, me tira en la cama y, ansiosa, me pone a leer, pese al sueño y al despertador, los primeros capítulos de la novela de Obelix.