Lolamaar

lunes, septiembre 25, 2006

 
Que las primas nos llevemos entre diez y veinte años cada una provoca una escalonada en la que no queda generación sin ser ocupada por una mujer: E. tiene ochenta y algo, mi mamá apenas más de sesenta, V. promedia los cincuenta, A. pasó los cuarenta hace unos años, la prima G. tiene treinta y pico (como mi hermano) y a mí me queda el lugar de la veinteañera revoltosa de aventuras divertidas y sentido del humor para retratar las rencillas y la disposición familiar.
Después están los primos varones, hijos de las mujeres, que se quedan acuartelados en una adolescencia que de a poco los empieza a despedir.
Las mesas de chicos y de grandes se dividían, más que por edad, por rol familiar. Padres y madres a la mesa de grandes (las primas hasta A. inclusive). Los hijos (desde mi hermano y G hacia los más jóvenes, con R. de ocho años en el extremo) quedamos en la mesa de los chicos.
Postales de la vida familiar. Las ollas de comida turca ocupan las cuatro hornallas, todas llegan con paquetes de comida, somos todas físicamente muy parecidas (menos V., todas morochas con cara de actrices de película iraní). Las miro y pienso en las mujeres de antes, las abuelas gordas y felices, la casa de Lomas de Zamora que no conocí pero que sé de puerta abierta todo el día, los primos correteando de la calle a la casa y de vuelta afuera, la tía Juana ofreciendo "un bifecito" a toda hora, la abuela Yolanda despellejando el pollo, mi abuelo en el negocio piropeando a las clientas, mi mamá enamorada de Freud en la biblioteca de la zona mientras sus hermanos varones jugaban a los pistoleros.
Ahora, los primos nos abarrotamos sobre el Maúde (la comida más rica), yo sirvo en la mesa de los chicos mientras escucho las vocaciones perdidas de los más jóvenes y les prometo un regalo todavía secreto para cuando cumplan veintiuno.
Con el café todos se ríen de mi diagnóstico -certero- sobre los hermanos mayores y menores, ante la queja de A. porque llaman de la escuela para quejarse de que la conducta de R. (el menor) ya "no es normal". Protesto contra la escuela "normal" y vaticino para el menor (y en silencio para mí también) un futuro creativo de tendencia artística, celebro los problemas de conducta y la dispersión para el aprendizaje de contenidos formales. ¿Hiperquinético? Sí, ya sé.
Y comparto lo que entendí después de varios años de terapia, por qué los hermanos menores somos tantas veces los problemáticos, los que venimos a los gritos a decir acá estoy.

Comments:
Yo vivo en Lomas. Si sabía pasaba a sumarme a la gran flia. Saludos!
 
Es cierto, así somos los hermanos menores.
 
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