
Me alegra llegar a casa y encontrar el mensaje de E. La llamo enseguida. No hablábamos hacía meses. Durante varios años fuimos muy amigas.
Después de que le sintetizo los últimos meses de mi vida, ella me cuenta de los suyos, dice que empezó a hacer terapia de grupo y que el 2006 es un año duro, pero que por suerte puede hablar de cosas que antes no hablaba, cosas que no le parecían importantes, cosas que no podía hablar, especialmente con sus amigos de la adolescencia (entre los que me encuentro):
--¿Qué cosas, E.?
--Soy adoptada, y nunca lo conté. Los de la primaria lo saben, pero con los demás no hablaba, hace poco se lo conté a los chicos.
-- (asombro, asombro, asombro) ¿Y vos siempre supiste...?
--Sí, sí, siempre supe todo, pero no ocupaba un lugar importante ni traumático.
--Ah...
--A vos, una vez, casi te lo cuento, pero no me salió...
--¿Por? (me pregunto por qué casi me lo cuenta a mí, por qué no me lo contó)
--No me acuerdo en qué contexto, pero un día vos me dijiste que si no me llamaba E. podía tener dos nombres. Uno no me lo acuerdo, el otro era Alejandra. Y a mí se me partió la cabeza en mil pedazos, porque vos no sabías nada, pero yo, cuando nací y hasta que me adoptaron, me llamaba Alejandra.