Comienzo de temporada: merienda en el balcón, sillas playeras, coca light, sandwichitos. Él con el seudo traje, pantalón-camisa-saco de vestir; yo pantalón de corderoy negro, musculosa violeta gastado breteles de encaje; todo muy laboral. Definición de cine nacional: S. y yo en medio del paisaje urbano, ni siquiera terraza, mirando con precisión el huequito por el que se ve el río, ahí donde está la grúa ves? ese edificio naranja y blanco? ese hueco? eso es el río. Una casa con vista, la tuya. Carcajadas, el ténder con la ropa a cincuenta centímetros nuestro, la felicidad de la tarde sólo porque pegan los restos de sol. Quince, veinte minutos y a ponerse el pullóver, agarrar un libro, leer un cuento, está bueno; sí, este pibe escribe bien.
Pasan los aviones. Siempre están por derribar alguna torre, pero esto es Argentina.
En algunas terrazas algunas mujeres descuelgan o cuelgan ropa.
Llegamos a la conclusión de que algunas cosas sucedieron porque había que compensar tanto dolor femenino con dolor masculino. Cuestiones de equilibrio.
Más tarde, Manhattan. Excelentísimo comienzo (el dilema que después es toda la película Melinda & Melinda) reconocer algunos lugares, reconocer(nos) los diálogos de Diane Keaton. Un 1979 plagado de referencias, todo eso que ahora parecería muy snob, pero somos un poco así: que mi analista, la reseña, la novela tal, aquella otra, el mundo intelectualoide que ya pasó, los guiones para TV, el libro de la ex mujer devenida lesbiana que cuenta intimidades, y una novia, para él, 24 años menor. ¿Cómo no hablé con mis padres de esta película en su momento? ¿Cómo nadie me dijo, a mis 18, nena, antes de sentarte en la mesa de tu casa, mirá Manhattan y sacá un par de argumentos?
...viene a mojarse los pies a la luna...