Un chocolate temprano a la mañana me hace acordar a los amores de primaria, los secretos bien guardados a sabiendas de todos, la complicidad de los demás en un silencio que acompaña las cartas que van y vienen, los acercamientos en el recreo, las excusas absurdas para llamar a una compañerita y averiguar si hoy viene o si tiene gimnasia en el campo de deportes y entonces se queda allá.
Descubrir secretos de otros en una oficina agónica puede ser tarea apasionante. Develar intenciones, interceptar miradas. Si corriera la noticia todos diríamos "ahhhh, era obvio". También están los que ya preguntan o más bien afirman, los que no soportan permanecer en la ventaja de la observación de algo que, evidentemente, sí es obvio.
Prefiero observar y sacar conclusiones. Observalos mirar y comentar. Observar el juego de los compañeros que no supieron esperar a la primavera, porque cuando llegue la primavera, en esta oficina quizá ya no quede nadie, sólo sobres vacíos, envoltorios de chocolate, y algún archivo guardado, de un historia secreta mucho mejor que las otras historias que se cuentan (que es mi trabajo contar) acá.
...viene a mojarse los pies a la luna...