Salgo de mi oficina y paso a buscar a C. para ir juntas a la facultad. Caminamos, pedimos cambiar un billete de dos pesos por monedas, no nos cambian, insistimos, no nos cambian, llegamos a la parada del colectivo, perdemos uno, se va otro, intenta una en el quiosco de allá, después otra en un locutorio hasta que por fin a C. se le ocurre comprar un boleto de otro colectivo, que usará mañana (siempre es hoy) y llegamos a subir a un tercer colectivo que creíamos perdido.
Repaso la historia de estos días. Cuento lo que está bien.
Tenemos tiempo para merendar y me muestra un lugar nuevo del que seguramente me convertiré en habitué. Pedimos la merienda, un tostado (no almorcé) y voy al baño.
Cistitis.
También soy habitué. Hubo un año en que me daba cistitis una vez por mes. Recuerdo haber ido a Ciudad universitaria a dar un parcial del CBC y tener que pedirle al taxista que por favor pare en un Mac Donalds y me espere, tengo que ir al baño.
Empiezo a tomar agua. A veces, varios litros en un par de horas alcanzan para que no avance.
Me voy de la facultad. Tengo que estar en mi casa. Otra vez sin monedas, compro un agua en un kiosco y pronto llega el colectivo. Tomo 750 cm3 de agua y llego a casa corriendo, maldito ascensor que tarda tanto en llegar al piso trece, maldito, maldito, ¿cuántas veces puedo maldecirte hasta llegar?
Llego, abro, tiro la mochila pero no me saco el abrigo. Mierda, cómo arde. Pienso en la culpa, ¿me lo merezco?, qué judía y psicoanalizada que soy, es apenas una irritación, basta de buscar razones. Lleno la botella de agua de 750 para controlar cuánto tomo. No tardo en terminar la tercera botella mientras intento leer en un Manual de Guión el capítulo sobre Conflicto.
Quiero mandar un mensaje. Sigo leyendo un poco más. Me pongo un punto. Llego hasta ahí y lo mando. Pero no puedo. Ahora que ya sé que quiero mandar un mensaje no podré concentrarme hasta enviarlo. Doy un par de vueltas, miro por la ventana y decido qué cenar. Escribo el mensaje. Enviar. Suena el teléfono.
Por un momento me siento mejor, pero empiezo a cocinar y debo interrumpir la tarea cada cinco, dos y siete minutos para ir al baño. Arde, arde, tomo agua pero arde. Ya pasaron tres horas y cinco botellas de 750. Quizá deba ir a la guardia.
Papá, tengo cistitis.
Termino de cocinar, ceno y me pasa a buscar. En la guardia dicen todo (absolutamente todo) lo que espero escuchar: un análisis de orina que estará el miércoles y mientras tanto un antibiótico. Sonrisita irónica al médico. Me llevo la receta. Mando otro mensaje. Suena el teléfono.
Como no puedo dormir, pongo una película en la computadora, una que ya vi, una que me distraiga mientras esté despierta y que después me duerma. Dormida pienso en que alguien debería llevarme a upa a mi cama. Me pienso suspendida en el aire, cuidada por unos brazos que también me acuestan y me tapan. Me acuesto y me tapo. Apago la luz.
...viene a mojarse los pies a la luna...