Sé que mis padres les preguntan a mis hermanos por mí. Ya no vivo con ellos pero los hábitos de la comunicación familiar no suponen un territorio reservado a la intimidad. Entonces, de acuerdo a esos hábitos, suelo ofrecer mis novedades con demasiada ligereza o en un exceso de detalle que demasiado pronto sienta a personas nuevas en el almuerzo familiar de cada sábado.
Esta vez no. Tomo precauciones para que la historia sea distinta. No hago anuncios, intento corregir errores de antes con acciones nuevas que generan otros rumbos. Intento, sin mucho éxito, una vida más reservada. Ellos están de acuerdo pero la necesidad de conclusiones provoca llamados del estilo: "Entonces ya estás...?"
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Volver un martes a la vida cotidiana. Leer y responder mails. Leer textos para la revista. Agendarme otros textos que debo comprar y leer para la facultad. Proponerme una semana respetuosa con mis horarios de rutina (terminar todos los días a las once de la noche, my god) para disfrutar los momentos de encuentro. Días de salir y volver a un eje. O inventar otro eje. Días de un desorden exquisito. Entrar y salir de casa. Volumen muy alto.
Nos iremos acomodando. La vida de todos los días se cruzará con la del fin de semana.
La escena será: también podemos estudiar juntos.
La sospecha de esa escena: el domingo, el diario en el sillón y en la tele los partidos de fútbol.
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Las miradas de las mujeres de Almodóvar son siempre húmedas, al borde del llanto descomunal. Penélope es demasiado hermosa y demasiado Penélope para abandonarse a ser una mujer de pueblo apenas más sexy que las demás. Pero está bien. Es lo que queremos ver. La tragedia al rojo vivo, si algo puede ser peor, va a ser peor. Desde la butaca se siente como un caramelo para saborear de a poco. Ya sé cómo es, y porque sé como es, devoraría el paquete entero.
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Me cuestan las limitaciones.
...viene a mojarse los pies a la luna...