Tanto tiempo para relajarme puede estresarme más que estar sobrepasada de tareas: ¿ahora tendría que venir siempre para sentir resultados?, ¿una sola vez no tiene sentido?, ¿ir al pedicuro por el callito del pie?, ¿mi espalda una roca?
Los masajes fueron geniales, aunque la masajista hable como si la primera sesión de mi vida
-que por ahora no tiene intenciones de continuidad- fuera la primera de una larga
-¿interminable?- serie. El problema de empezar con estas cosas es que la única manera de continuarlas es volverse una obsesiva del cuerpo y verse siempre mal -como condición necesaria para la continuidad-, sin que sea nunca suficiente ir una, dos o mil veces.
Entonces ya me siento en falta.
La torpeza compartida, por momentos equilibrada, con mi amiga, fue lo mejor de la tarde:
nos dan toalla y bata, y mojamos la bata olvidando que la toalla era para secarse y la toalla para cubrirse.
Después, para contrarrestar tanta femeneidad, la cena con amigos.
Y más tarde -no olvidemos cómo somos- viene C. a tomar té y llorar. Me gustaría explicarle que... y que ella comprendiera..., eso que ella me explicó a mí tantas veces, o que pensó pero no me dijo, porque cómo decir cosas duras a una amiga que uno quiere tanto, cosas que yo sabía pero que en su momento no hice caso.
Lo que quisiera ahora es aliviarla, pero la voz de a mí me pasó... es bastante irritante, así que mejor no decir nada, o decir poco, tomar té, llorar,
irnos a dormir.