No se ve nada. Es la niebla. Ni la ventana de enfrente ni el edificio emblema de Chacarita que me permitía ubicar sin ver tu casa por detrás. Marinita, me digo, andá despejando la segunda persona. Despejar. Hoy dije desplazar. Y mi amigo dijo, sobre lo invertido, se ganó el significante. Desplazar el nombre. Y de acá la segunda persona.
No se ve nada de nada. Un espectáculo esta ceguera. Apenas los faroles de la calle pero ninguna de las luces rojas que todas las noches titilan en la ciudad. No hay relámpagos ni lluvia. Es niebla. Y no se ve nada. Los aeropuertos deben estar cerrados y la ruta peligrosa. Nadie puede salir de aquí. Arriba las manos.
De día, la oficina me deprime y me convulsiona. En ese horario hago todos los llamados que no debo y me rindo frente a tu nombre en el mensajero instantáneo que nubla cualquier intento de conversación.
Marinita, andá despejando la segunda persona. ¿Por qué vos y no él? Él está idealizado. A vos ya te conozco.
Mientras tanto cada cual entiende lo que quiere, y mientras espero el turno con la dermatóloga pienso en esa necesidad urgente de armar el relato, las cosas fueron así: yo bla bla bla, y él (vos) tal cosa y tal otra. Y cuando pasó aquello, en realidad era que... Y así entonces, los problemas. Y por eso nos separamos, una vez más.
Y quizá no fue así. Pero qué importa.
Si al final no estamos juntos. Ahora, que hay niebla, y no se ve nada.