Llego a casa algo ansiosa. También hambrienta, pero como llego más tarde de lo que pensaba no hay ningún almacén abierto y debo conformarme con lo que hay. La ventaja de ser buena cocinera es la posibilidad de hacer algo rico con lo que encuentro (si así fuera en el resto de la vida sería más exitosa, o más mediocre). Queda algo de arroz y unos restos de pollo crudo, congelado, que no usé cuando hice aquellas pechugas a la plancha. Sale un arroz con pollo (y azafrán, of course), y para dormir bien abro un vino que hoy regaló mi hermana y al que le calculamos, en la heladera y sólo para mí, duración hasta el lunes, si logro taparlo bien.
Es decir, ahora un poco... un poco... (una copa y me relajo. Si así fuera en el resto de la vida, sería más exitosa, o más mediocre), sentada frente al monitor, testigo de la última noche de amor que viven enfrente, los otros.
Pero qué iba a contar, qué iba a decir... No era sólo el amor de los otros ni tampoco el menú improvisado, sino que... ¿qué? ¿Que escucho Spinetta? ¿Que leo la novela sobre la que el escritor espera comentarios? ¿Que Cortázar y Platón un solo corazón?
Ay, no me acuerdo.
Que quizá, tanto votar por el empate me conduzca a la victoria que aún desconozco,
y de que todos modos, lejos de ser(me) gratuita,
el empate es una excusa para el eterno conflicto del que no puede
o quizá no sabe
decidir.
...viene a mojarse los pies a la luna...