Intento escribir algo, entonces pienso ideas que lleno con palabras pero que terminan por desdibujarse cuando empiezo a escribir. Pienso en mi sobrina cuando habla claro y cuando, cansada o con ganas de jugar, vuelve al balbuceo de cuando era todavía más chiquita y dice blablablablabla, para después reirse, porque sabe que puede hablar mejor, que dispone de palabras y expresiones precisas, como cuando levanta el teléfono de juguete y dice: ¿hola? ¿quién es? ah, bueno, chau.
Recuerdo los poetas norteamericanos, Pound y Eliot, el recurso de la máscara que tan bien me explicaron en la facultad hace un par de años. Esconderse detrás de una careta para no hablar de uno o para decir lo que no se puede decir, y que sí, habla de uno. Yo no puede hablar entonces se esconde detrás de otras voces que dicen otra cosa, aunque todo el tiempo se dice lo mismo, y entenderlo sólo es cuestión de interpretación.
Ayer me fijé en la revista del cable qué películas daban. Nada atractivo. En el zapping encontramos el final de El diario de Bridget Jones (la uno) y compruebo que no estaba anunciada. Pienso que ahora podría ser el blog de B.J y después pienso que mi ocurrencia es una estupidez. No es la película romántica que más me gusta, aunque menos mal que al final B.J le dice que no a Hugh Grant (se dilata demasiado el final de la película). Falsa lucidez igual, tener al tipo tirado en el piso, ese que te gusta hace tanto tiempo, golpeado por el otro tipo que te gusta, y decirle no, ¿sabés qué? sos muy egocéntrico.
Cosa de películas, esa lucidez.
...viene a mojarse los pies a la luna...