Después de un viernes que empezó un poco a los golpes y un fin de semana de tranquilidad, pienso en lo difícil de llevar algo así como un diario en el blog. Si bien siempre hay un recorte, una perspectiva y un modo de construir lo que se cuenta, eso mismo que elijo contar soy yo y trae sus repercusiones, a veces gratificantes, otras veces difíciles. Quizá un blog-diario se complementa bien con una identidad-anónimo. Pero tampoco me interesa. Hago de esto un experimento. Escribir todos los días a veces sale mejor y a veces peor. Hay días que no pasa nada, y otros en los que pasa de todo. Muchas veces eso que pasa o no pasa no se contabiliza por lo realmente sucedido sino por mi posibilidad de contarlo. Eso de contar esa tarde en la que no pasó nada hasta el mínimo detalle. O de no tener lo que decir sobre esa noche de la que podría contarse tanto.
El sábado: la fiesta, los disfraces de lejano oeste, los novios enfundados en un caballo de goma eva, y ¿hace cuánto salen? hace tres años. El disfraz artesanal y minucioso, para guardar los besos y risas que excedían el atuendo. Las chicas que asociamos "lejano oeste" con camisas de cuadros anudadas bajo las tetas y querer sacarnos la remera de abajo cuando madonna nos daba ya tanto calor (pero no, me da vergüenza). Sex on the beach y volver a casa en taxi, después de haber perdido en otro taxi el monedero con la cédula y el dinero estipulado para la salida. Dormirme a las cinco de la mañana. El celular a las siete. Estoy en casa.
No puedo hablar de cosas que no me interesan o de sucesos que no me tocan. Tampoco me sale escribir post-debates sobre cierta realidad, política, o acontecimientos públicos. Aunque me dé envidia de quienes lo hacen y lo hacen bien. Y mucho bla bla bla, ética de blog, no hablar de otros con nombre y apellido, construir una voz, en el mejor de los casos un distanciamiento, etc. Me pongo a pensar y no hay tantos blogs que se hayan sostenido como diarios. Algunos sí. De esos algunos, un par me gustan mucho.
Hoy quisiera escribir escondida en un pasamontañas. Que no se dé cuenta de que soy yo. O que mis palabras se vuelvan aéreas, sin peso, sin importancia. Quisiera que no duela. Pero no puedo evitarlo.