Miércoles: que se inunde la casa y que mis dos manos no alcancen para escurrir los dos trapos en el balde. Que no esté el encargado. Que me ayude el cerrajero-electricista- plomero del negocio de al lado.
Jueves: llegar a casa y querer cocinar y tomar vino. Intentar abrir el vino y no poder. Volver a intentar y no poder. Menudita sin fuerza. Volver a intentar. Bajar al minimercado todavía abierto (nueve y media de la noche) para comprar un sacacorchos de “los fáciles”. Tener diez pesos y que salga trece. Empezar a cocinar mirando el vino con deseo. La salsa estaría mucho más rica si le echara un chorrito. Atenta a los ruidos del ascensor después de tocar el timbre del peruano tres veces y que no contestara (claro, si estuviera, yo escucharía los gemidos de su mujer). Cebolla cortada y ruido de ascensor. Abrir la puerta y ver al vecino que se parece a A.: ¿me podés abrir el vino? Tengo que cocinar y no puedo... (para que no piense que soy borracha: sola y quiere tomar vino). Es fácil, dice. Apenas manipula el sacacorchos y lo abre. Cara de póker. Gracias y chau. Antes, el vecino aclara que da clases martes y jueves (???). Ok.
Oh casualidad, te fuiste el martes.
Recordatorio de consuelo: no te gusta el vino.
...viene a mojarse los pies a la luna...