*de ayer a la noche
Un amigo de mi equis está viajando por Europa hace algunos meses y se queda varios más. Antes, estuvo en Estados Unidos trabajando un poco de cualquier cosa para juntar dinero. El año pasado hizo lo mismo pero sin el avión que cruzara el Atlántico hacia las tierras más clásicas.
Una amiga mía se va en Septiembre a hacer un curso de cine en Israel. Quiere viajar y para cualquier judío es más o menos económico viajar a Israel con un plan más o menos institucional. Después yirará por Europa como ya hizo hace unos años.
Mi hermano vivió dos años es Israel y dos en Barcelona. Nunca pensó que no volvería.
Mi equis, en las últimas tres semanas, no pasó más de tres días en la ciudad.
Mi amigo nuevo se va este fin de semana.
El escritor joven da clases en el interior del país.
Todos viajeros de distintos viajes. Es cierto y no me quejo. El año pasado paseé por Nueva York (me valió casi una separación pero bueh, mejor suponer que nos hubiéramos separado de todos modos). En el 2000 visité a mi hermano en Israel. Pasé meses enteros en el sur.
Sin embargo, en los viajes, siempre quedaba parte de mí en Buenos Aires. Nunca desconectaba del todo. Si me iba sin pareja, en lugar de disfrutar de la libertad que podía sentir a miles de kilómetros, me preocupaba por los llamados y las posibilidades de chequear mails. Una tarada, sí. Además paseaba, claro. Iba a los museos correspondientes. Mis viajes siempre fueron muy correctos. Si había familia la visitaba, si había lugares típicos seguía las instrucciones precisas para llegar a ellos. Los viajes que recuerdo con más placer fueron el de Macchu Picchu y el de Uruguay. Nueva York también, pero por otras cosas.
A lo que voy es que por momentos me pregunto cómo no deseo EL viaje. Yirar por Europa, trabajar de cualquier cosa. Quisiera experimentar la fantasía del sexo fácil en otro continente con diversos hombres de aún más diversos orígenes. Quisiera ser lo suficientemente valiente para desafiar los itinerarios pre-establecidos y viajar sola por donde quiero en cada momento. Un subte que me lleve a ningún lugar de alguna ciudad. Un boliche y no tener pasado. Nacer ahí cada noche. Flashear ante cada nueva conversación. A esa idealización del viaje me refiero. En Nueva York lo intenté y por unos días lo viví. Creo que el viaje es un momento de aprendizaje necesario, pero a mí me resulta un aprendizaje de los que duelen, de esos que hay que pasar pero que cuestan demasiado.
A mí me tira el hogar: el lugar físico, los afectos, las actividades, los proyectos que tengo y los que no dejo de imaginar. En muchos momentos me creo una idiota por eso.
Cuando concreté la mudanza sabía que elegía la casa por sobre el viaje. Cuestiones económicas me impiden hacer todo. Yo elegía la casa y una amiga elegía el viaje. Yo gasto en artículos del hogar mientras ella ahorra cada centavo para llegar al pasaje y garantizar una buena estadía. No puedo todo y sé que viviendo sola con un sueldo medio, la posibilidad del viaje (ese viaje, a Europa, unos meses, por ejemplo) se vuelve más difícil. Sé que quizá me haya perdido algo que en algún momento me reclame. Sé, también, que no sé las vueltas de la vida.
Después de idealizar muchos viajes de otros (quizá por eso de desear lo que uno no tiene) y pensar los míos pero sin concretarlos (concretando otros, esos de dos semanas al destino posible) sé que desde hace mucho tiempo deseo mi casa y que hoy la tengo. Que adoro la ciudad donde vivo, y que hoy, esta noche, estoy inmensamente feliz porque por fin compré y me trajeron la nueva biblioteca.
Lo que se dice un alma sedentaria.
Con vuelo propio, por otro lado,
también.
...viene a mojarse los pies a la luna...