Viernes 7.10. Suena el despertador. A las cinco y algo me desperté por los gritos de al lado. Qué horarios raros tiene el peruano para hacer gritar a su chica. Sigo durmiendo y despierto otra vez más temprano que de costumbre porque tengo que ir al dentista. Pleno centro. 25 de Mayo y Sarmiento. Qué fiaca.
Me levanto, me baño, salgo. Tomo el subte B. Hay lugar. Miro las caras de la gente. Pienso qué vida tendrá cada uno. Hay una chica rubia, linda, pero su ropa, toda marrón y que además le queda grande, le empeora el aspecto. Tiene cara de cansada. Quizá está deprimida.
Muchas veces juego a mirar a la gente y pensar quién podría ser mi amiga o mi amigo y quiénes no. En este vagón no hay demasiados de los que podría ser amiga. Podría llamarse juego de los prejuicios, ya sé.
Más allá hay una que quizá sí. Tiene rulos, pelo largo, jean y campera de jean. También la mirada. Eso es importante al momento de jugar.
Hay otra chica, demasiado bien vestida con una pollera que yo no usaría nunca. Y enfrente mío un chico con jean, pullóver y topper que podría estar de mi lado.
Salgo del subte. Hay sol y hace frío. Nunca vengo por acá. La calle en subida y más allá el obelisco. La luz de la mañana. El centro todavía casi vacío. Edificios antiguos, el Archivo General de la Nación, el Centro de Idiomas de la Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires. La ciudad.
...viene a mojarse los pies a la luna...