Camino a mi casa después del llamado, la despedida y los deseos de buen viaje. La soledad en el piso trece tiene un sabor extraño, por momentos dulce. Tenía ganas de llegar. Bañarme, cocinar y comer, leer, dormir. Encendí unas velas, puse el unplugged de Spinetta, dejé sólo la luz de la lámpara, el velador en mi habitación y la luz de la cocina mientras cocinaba una pechuga de pollo a la plancha. Cuando me doy cuenta de que paso muchos minutos en silencio haciendo diferentes acciones, recuerdo las clases de teatro y cómo era poner determinado énfasis en algún movimiento, o cómo era eso de que se veía el estado del personaje en la calidad que ponía en las acciones. También pienso en cómo sería escribir el guión de todo eso que estoy haciendo para que en su recreación sea exactamente así y no de otra forma.
Cuando estoy sola, mi casa está poblada de todos aquellos con los que hablo sin hablar.
Miro los edificios. Las luces que titilan.
Ceno a las nueve de la noche y nueve y media estoy leyendo en la cama. Un poco del Libro del Desasosiego y un capítulo más de la novela de Mairal. Se me cierran los ojos. Cuando paso varias páginas sin saber qué leí sé que debo apagar la luz.
...viene a mojarse los pies a la luna...