Antes de mi rutina terapia-yoga estuve mirando libritos con Clara. Cuando vio uno de un gato y un ratón dijo ratón con una pronunciación perfecta. Cuando vio otro que tenía unos canutillos para contar, ella empezó uno, dass, trres, catro, cenco, seis, sieteeee, ochooo, neve, diz! Un poco más allá había un cochecito vacío de una nena que estaba con su papá leyendo, y Clarita me preguntaba mannina, ¿este cochechito?
Pasan los meses y ella quiere ser la que lleva el cochecito y no la viajera. Intenta con el suyo pero le queda demasiado alto. Hay que regalarle uno a su medida para que ella también pueda llevar bebés.
Ayer, entre los que comimos la picada que hicimos después de la clase de Yoga, estaban Q. y su reciente marido. Ella, además de ser alumna, vive en el mismo edificio de la clase. Cada quince minutos él se levantaba y salía porque tenía que poner a subir fotos del casamiento en un blog. Parece que la conexión telefónica no dejaba subir más de tres fotos juntas, y que la operación duraba quince minutos. Todo eso derivó en conversaciones sobre el casamiento en la ciudad entrerriana de La Paz. Mientras hablaban del asado, de las vacas seleccionadas para la ocasión, y de lo mal que nos hacen las hormonas de la carne que venden en las grandes ciudades, yo pensaba en los juegos de nena, en cómo yo también jugaba con un cochecito cuando era casi un bebé y en cómo ahora lo miraba a este hombre levantarse para subir las fotos al blog y con vergüenza de mí misma deseaba que eso alguna vez también me pase a mí.
...viene a mojarse los pies a la luna...