Día de sol y demasiado viento en el piso trece. Es domingo y mañana es feríado. Tengo que estudiar y también escribir. No debería sentir que hay tiempo libre, y sin embargo... Me desperté a eso de las diez. Pocos minutos después llamaste. Hablamos. Cuando me preguntaba qué hacer y por dónde empezar, barrí el living y volví a la cama. Dormí hasta poco después de las doce y ahora un buen despertar.
En rock & pop hay rock & roll y está bien. Agua para el mate y unas tostadas. Miro por la ventana:
las hojas de los árboles se pusieron amarillas.
Es la primera vez que advierto cambios de colores desde aquí. Las mutaciones de la ciudad a lo largo del año.
Ayer fui al cine a ver Batalla al cielo, una película mexicana sobre la que había visto un documental en el BAFICI. Cuando uno va solo al cine en general no se sienta al lado de nadie, a menos que no haya otra ubicación mejor (o a menos que veas un chico/a que está buenísimo/a, y quizá ni así). En el gaumont había mucho lugar. Me senté por la mitad de la sala, con un asiento libre entre un chico y yo a la derecha y lo mismo hacia la izquierda. Poco después de comenzada la película un hombre grande, de unos sesenta años, pidió permiso y se sentó junto a mí. Yo estaba algo dormida. Su pedido para pasar me despertó por completo. Seguí mirando la película. De pronto noté que este hombre se movía. Miré de reojo. Lo seguí observando y descubrí que no miraba la película, tampoco me miraba a mí directamente. Tenía la vista en un ángulo de cuarenta y cinco grados entre la pantalla y yo. ¿Qué miraba en ese costado o lateral de la sala? Traté de no prestarle atención pero había algo que me hacía sentir incómoda. Me di cuenta de que el tipo se tocaba. Me dio asco, me dio miedo. Me corrí lo más que pude hacia el lado contrario. Por momentos lograba concentrarme en la película, pero en ningún momento el tipo dejó de tocarse y yo de sentirme incómoda. Me daba vergüenza molestar al resto de la fila para ir a sentarme a otro lugar o cambiarme un asiento y sentarme al lado del chico con el que había dejado un lugar vacío en el medío. Me parecía que si me cambiaba de lugar para sentarme junto a él tendría que explicarle que el hombre de al lado se estaba tocando y eso también me incomodaba. Casi al final de la película decidí levantarme y cambiar de lugar. Me puse de pie, dije permiso y caminé para salir de la fila. El hombre que se tocaba hizo lo mismo. ¿Quería seguirme? Me dio un poco de miedo, pero tuve la lucidez de decirle “pase”, y dejarlo ir para volver a ocupar mi lugar.
Odié ir a ver esa película sola. La superchica a veces se derrite.
...viene a mojarse los pies a la luna...