Ayer empecé a leer Daño corporal, una novela de Margaret Atwood que me encantó desde el comienzo. Hoy perdí el libro. No sé donde. Entre cine y cine leo, y antes de entrar a la función de la que acabo de salir, estuve leyendo en la cola. Me fui antes porque la película era un bodrio y volví cuando me di cuenta de que me faltaba el libro. No estaba en la sala. Volveré a la noche a ver si alguien lo devolvió. Y aunque era usado, preguntaré en la librería marplatense donde lo compré si tienen otro ejemplar. Con el libro perdí un señalador bellísimo.
Ayer, por primera vez, fui sola a un boliche. Dos cervezas y bailar música electrónica como si nada. Pronto comencé a hablar con una chica que estaba en las mismas condiciones. Luego encontré a alguien conocido y también me acerqué. Cosas que de otro modo nunca hubiera hecho.
Dormir tres horas, o cuatro, o cinco pero entrecortado y levantarme para ir al cine. Recibir mails de amigos en el que cuentan que en un blog detestable hablan ridiculeces de mí y de mi estado emocional. En fin. Idiota. Si lees esto ya sabés quien sos. Pudrite. Pudrite por tu poca productividad. Por gastar energías en criticar a aquellos a quienes no conocés. Sos un espanto.
En medio de esa música, ayer, comprendí que la soledad, en parte, es que nadie te cuide. No recostarse en nadie con confianza. Y a veces, cuando te sentís cada vez más solo, es que también perdés confianza en alguien en quien antes podías descansar. Pasa algo así. Pero estoy tranquila.
...viene a mojarse los pies a la luna...