Cambia la oficina por un locutorio. Estoy de vacaciones y rindo en dos días. Antes de llegar al bar donde estudio cuando me aburro de mi casa, hago un parada aquí para enviar unos mails y ver si hay algo en mi casilla.
Es lunes 6 de marzo y el paisaje urbano de pocos minutos antes de las nueve está cambiado: delantales a cuadrillé rojo/rosa o azul/celeste caminan y juegan con los perros de los paseadores, van de la mano de su mamá o de su papá, en el mejor de los casos en medio de los dos, dos colitas rubias, otra nena corre.
Ayer, en medio de mi fin de semana de estudio no tan claustrofóbico como tendría que haber sido, vinieron a visitarme mi hermana y Clara, que también empieza a ir al jardín, y que aprendió mi nombre como aprende a decir todas las palabras: separando intuitivamente en sílabas. Entonces: maaaa-iiiiiiii-naaaaaa. Morí de emoción. Cuando volvía a decirme maaaa, como hasta ayer, parecía recordar que ya podía decirme el nombre entero, y lo decía.
Además, descubrió que mi casa es la casa de la luna. A la tarde, aún cuando todavía es de día, la luna se ve por los ventanales y Clarita la saluda, con la mano y con la voz. Chauuu unaaaaa.
Nos despedimos y vuelvo a estudiar.
Lingüística el miércoles y el jueves, como sea, con cualquier nota en la libreta, partir hacia Mar del Plata.
...viene a mojarse los pies a la luna...