Soñé que llamaba a mi analista (no soy de las que llaman a la analista, nunca. Soy más bien de las que NO llaman, por más que me esté muriendo, puedo llamar a mil amigas, pero nunca a la analista). Son días de descontrol. Encima me di cuenta de que mejor parar un poco con las pastillas y entonces me da miedo que se me caigan las tetas, que se apodere de mí un descontrol hormonal imparable, volverme irregular, indisponerme para siempre o no indisponerme nunca más. Quiero estar sola pero dudo de poder estarlo. Tengo que estudiar, pero siempre pasa algo, si no es que debo quedarme más horas en el trabajo, me pasa como ayer, un bar y dolor de muela, insoportable. Muela de juicio se extiende a dolor de cabeza y entonces, claro, ¿cómo estudiar? ¿cómo entender? La neurosis se apodera de mí, y eso que también puedo ser una chica sensata. Acuña de Figueroa y Corrientes. Lo intento, estudio, estoy concentrada, me festejo en silencio. Minutos después, la muela. Tendría que habérmela sacado hace tres años, pero no. La nena caprichosa, hija menor, miedosa y consentida, le pidió al dentista que parara porque no podía soportar el dolor de la anestesia. Todavía no había empezado la operación. El médico no paraba de hablar como maníaco sobre la guerra de Irak y los soldados muertos, yo miraba los instrumentos con que cortaría mis encías, cerraba los ojos y me echaba hacia atrás, hasta que cuando vi que tenía un cúter le dije, para, por favor pará, me tengo que ir. Y afuera Papá, vamos. No puedo.
Y así estoy. Ahora la muela me duele cada tanto, especialmente cuando estoy nerviosa. Entonces ayer, en el bar, cuando ya sabía que no podría seguir estudiando, cargué crédito en el celular y llamé a mi padre, médico él, siempre con sus remedios encima. Justo lo encontré y justo tenía tiempo. No soy de hablar mucho con mi papá. Cuando era chica, me daba miedo. En general peleamos, o no hablamos. Ayer se vino a donde yo estaba y con la excusa del dolor de muela tomamos un café y comimos un tostado. Hablamos bastante. Se despachó él diciendo cosas sobre mis chicos, cosas lindas de unos, cosas feas de otros. Me hizo reir. Sobre el que le gusta no quiso hablar demasiado bien, creo yo para no sembrar resistencia. Sobre el que habló mal, uff, nunca me imaginaba a mi papá hablando así. Fue divertido. Le descubrí los ojos verdes chiquitos y los vi parecidos a los de A. Pensé en ese parecido como la razón de mi Edipo, que me parece debe ser enorme. ¿Cómo se zafa de los Edipos? ¿O no es necesario? Porque de pronto, sin pelear, y hablando así como si nada, me empecé a emocionar y me dieron unas ganas de llorar que cómo explicar... Mi papá hablaba y yo pensaba cómo voy a hacer cuando se muera, quién me va a traer la pastillita para el dolor de muela al instante del llamado, quién va a hablar mal de los novios que me hacen llorar y bien de los que me cuidan, quién va a contar sus recuerdos del campo y las anécdotas del zeide y la bobe.
Le pregunté si leía el blog y me dijo que no, que si yo no se lo permitía no... Pero se reía, y sé que la dirección está guardada en la computadora de mis viejos. Si lee esto (aunque supongo que si alguien está atenta al blog es mi mamá más que mi papá), espero que sonrías y no te asustes, yo ya te avisé que no me hacía cargo.
...viene a mojarse los pies a la luna...