Cuando veraneo en una ciudad, casi siempre me pregunto cómo sería vivir allí y si en esa ciudad viviría. En Mar del Plata ni lo pienso. No me gusta. Es una ciudad que, me parece, está a medias en todo, menos en la grasa que chorrea. Tiene algo bizarro que es propio de este lugar. Pero no, no viviría en Mar del Plata.
Estoy por terminar un libro que habla de ciudades: Aquí nos vemos, de John Berger. Me gusta.
A la mañana, mientras desayunaba y leía, me acordé de A. Muchas veces pienso en A. Hoy lo extrañé. La magia de los celulares me dejó mandarle un mensaje y a los pocos minutos él respondió que justo hoy estaba leyendo el blog. A. nunca lee este blog. Y me alegró que lo hiciera. Cada amor tiene sus particularidades y no tiene mucho sentido pensar en términos de "este fue el más...". Por momentos caigo en eso, y pronto me refugio en otras cosas. Con A. éramos lindos. Pese a los veinte años de diferencia, o quizá por eso, nos amábamos como nos amábamos, sensuales casi todo el tiempo, compartiendo el mundo. Leyendo esta novela donde el protagonista se reúne y conversa con seres queridos que ya no están, de pronto pensé en A. leyendo del otro lado de la mesa. Caminando conmigo por estas calles, mirando películas junto a mí. Esos ojos verdes, su metro noventa, su barba. A veces extraño esa capacidad de amar que tenía, esa forma en que amé a A. Creo que enamorarse de alguien es tener donde depositar un cúmulo de ilusiones, es creer en el futuro. Ahora no tengo ningún tipo de ilusión en ningún lado. Es orfandad.
Voy al cine y lloro. La madre de John, el protagonista de la novela, dice: Pues fíjate, John, las películas hacen lo mismo. Te suben a algún sitio y luego te devuelven al lugar en el que estabas. Por eso, entre otras cosas, llora la gente en el cine.
...viene a mojarse los pies a la luna...