Ayer terminé de leer El pasado, de Alan Pauls. Qué decir. Al principio mucho entusiasmo. Empezar a leer queriendo devorar el libro. Sin embargo, en las primeras páginas se leía más que una historia atrapante, la ostentación de una buena escritura que recién poco después se perdía entre lo interesante de lo narrado. La narración tiene momentos altos cuando el personaje toma cocaína sin parar, cuando se va de la casa que compartía con Sofía, su primera novia. También, los momentos de enamoramiento: su acercamiento a Vera, su deslumbramiento con Carmen. Ahí, todos pasajes que por momentos pensé en citar en el blog. La segunda parte me pareció genial. La narración atenta a todo. Todo. El detalle constitutivo, la subjetividad de Rímini en una sintaxis que me envolvía. Todo en un plano realista, o más bien, dentro de lo posible. El pacto de lectura era ese. Quizá rompí todas las reglas de la teoría literaria y me perdí en la identificación. Leía partes en voz alta. Aquí y allá. A unos y otros. Hasta la tercera parte.
¿Qué pasó? ¿Tenía que terminar la novela y no sabía cómo seguir?
La caída del personaje y después, la nada. La posibilidad de seguir en una vida vacía, desmemoriada. Pero ni siquiera. O sí. No sé. Me molesta que me haya molestado tanto esta última parte. Toda. Él, entrenador de tenis. ¿Qué onda? Miles de páginas dedicadas a su relación vacua con Nancy. El detalle que me encantaba, ahora empezó a joderme. Las páginas empezaron a pasar rápido. ¿Pauls se reía de sí mismo y todo lo que había intentado hasta el momento, o se reía de mí, o yo ya no entendía nada?
Pienso en las películas de Almodóvar, que adoro. Todo parece real y posible (perdón, no me hagan discernir teóricamente sobre estas categorías, es un post, no una reseña, es compartir como una lectora cualquiera lo que me pasó con esta novela)... Decía, todo parece posible hasta que se vuelve imposible. En Hable con ella, el enfermero enamorado de la comatosa. Hasta ahí, todo bien. Después, el enfermero que se curte a la comatosa y no sólo eso sino que la deja embarazada y ella "revive"... Entonces ¡¿what?! Sí eso. Y uno va mirando y no lo puede creer pero lo puede creer. Y lo que parecía normal se vuelve tragedia. Como la vida de cada uno de nosotros, que creemos normal, y de pronto basta una acción, un palito pisado, un trastabillar casual, para que, sin que sepamos, se desencadene lo trágico, sin retorno, hasta la muerte irremediable del protagonista.
Entiendo que Pauls intentó algo así. Pero entre el humor que no me pareció gracioso, entre la ridiculez del Adela H. y la reaparición eterna de Sofía (me encanta que haya mujeres que reaparecen siempre o que nunca se van), al final, con un motivo que ya no parece ser un móvil suficiente, la novela se deshace. Resuelve como por compromiso, en un solo párrafo, cosas que miles de páginas antes había dejado irresueltas (el accidente de Vera, la distancia de su hijo). No me alcanza. Él mismo, durante cuatrocientas páginas, construye un lector a quien no pueden alcanzarle las ciento cincuenta páginas del final. Pequeños destellos, sí. Escritura impecable, también. Pero ¿ese final? ¿Qué forma es esa de resolver? No voy a develar más, para aquellos que aún no la leyeron, porque vale la pena, porque tiene pasajes y momentos impresionantes. La novela desiluciona en su propio sistema. Es una lástima. Dicen que las sensaciones que a uno le quedan son las de los finales. Por eso, muchas veces, si es posible, mejor separarse bien. Quizá no es posible. Y uno busca odios, excusas para alejarse del otro que ya no nos acompaña. Pero una novela sí. Y que El pasado tenga el final que tiene, no es más que una desilusión. Eso que pasa con tantos amores.
...viene a mojarse los pies a la luna...