Me mudé.
Llueve en Buenos Aires y en la costa. Los diarios dicen que llueve en la costa y muestran gente abrigada caminando por las peatonales costeras. En Buenos Aires llueve y por momentos, también por suerte, baja el calor.
Ayer, de día, no. No bajó. A las ocho de la mañana llevé las valijas con mi ropa. A las nueve, vino la señora a terminar de limpiar. A la una, ella terminó y yo ya había ordenado todo mi placard además de fregar los vidrios y ordenar otras cosas. Después, un flete me dejó plantada una hora y media.
Mientras esperaba al flete, me entero de que en Israel se murió un primo de mi papá, de su misma edad, como un hermano para él. Mi papá estaba conmigo. Esperábamos al flete. Fue la primera vez que tuve que decirle a alguien que un ser querido había muerto.
Las noticias de la muerte dejan en silencio. Están ahí para recordar que podemos morir en cualquier momento, que un día te podés sentir mal y morir, o ni siquiera. Estar bien y morir.
Después del silencio tuve que correr para recibir a los que me traían el sommier. Les ofrecí vaso de agua y sandwich (esto último lo rechazaron) para aplacar la culpa de que subieran dos veces trece pisos por escalera. Más tarde llegó el flete y durante horas ordené todo. Sólo quedan libros en cajas a la espera de una biblioteca.
Mi casa se convirtió en mi casa y se largó a llover.
Me gusta que en la heladera haya cerveza, coca ligth, agua, pan lactal negro, tolem, dulce de leche, un poco de hummus, un poco de puré de berenjena y un poco de kebbab (carne al fierrito) que sobró de ayer.
Me gusta haber puesto en el living una postal de un beso que me regaló A. en 1999 y que nunca puse en ningún lugar porque en la casa de mis viejos era algo prohibido (y cuando dejó de ser prohibido me olvidé).
Me gusta tirarme en el living a mirar y mirar y a leer cuando me canso de mirar.
Después de mucho, mucho tiempo, estoy en un lugar, sin querer estar en ningún otro.
...viene a mojarse los pies a la luna...