La Fundación Proa queda en La Boca. Almorzar ahí, un lunes, en medio de turistas, no estuvo nada mal. Después, entregar las carpetas. Un ratito de cola y entregar. Siempre me pasa lo mismo, voy más o menos confiada, pero estoy ahí y veo a los que concursan por lo mismo y creo que lo mío es tremendo, malo, malísimo, improbable de ganar cualquier cosa. Ya me pasó en el ingreso al Buenos Aires. Yo y mis doce años, un examen de matemática demasiado difícil y junto a mí, un niño japonés que no paraba de hacer cuentas en la calculadora mientras yo lo miraba sin saber por dónde empezar. No sé qué fue del destino de ese chico, pero en ese examen (que fue una masacre total) yo me saqué 22 sobre 50 y él (me acuerdo porque presté especial atención) 10 sobre 50. Así que no sé. La lógica de mi inseguridad funciona aparte. Después nada es genial. Al Buenos Aires no entré. Y probablemente esta beca no la gane. Ya conté alguna vez que soy una chica ochonuncadiez, y así sigue la vida. En la cola vi a un director que el año pasado (mentira, en el 2004) ganó el concurso George Meliés con un cortometraje vergonzoso. Y sí, así sigue la vida. Mientras tanto, mientras no gano becas, y no destaco demasiado, pero sigo pensando, me cruzo con gente valiosa que de pronto se interesa por las cosas que hago, y entonces sí, algunas salen, sin grandes premios ni honores, pero con prepotencia de trabajo, que en el fondo, sin luces ni glamour, es lo que mueve un poco el mundo.
...viene a mojarse los pies a la luna...