La casa donde vivo era de mis abuelos. Ellos nunca vivieron ahí. Siempre estuvo en alquiler. En estos días recibo las primeras cuentas y se mezcla lo burocrático de los trámites con la presencia de los muertos. El teléfono llega a nombre de la bobe y el gas a nombre del zeide. No me impresiona. Cambié la titularidad de la línea por una cuestión práctica (además el apellido de la bobe estaba mal escrito) pero el Samuel de la cuenta de gas lo voy a dejar así. Intuyo que recibir todo a mi nombre puede ser aburrido. Y que el nombre de él en la cuenta de gas puede resultar una extraña compañía y recuerdo. Al fin y al cabo, lo sé, también a ese nombre en ese papel voy a acostumbrarme. Pero no importa.
Me gusta pensar que les gustaría saber que ahora yo vivo ahí. En ese edificio, en 1967, nació mi hermana. En ese edificio, en algún momento, por esos años, ellos eligieron invertir y ahora, tanto tiempo después, casi sin haber conocido al zeide y con muchas conversaciones pendientes con la bobe, yo estoy ahí, en una magia extraña que atraviesa los años y los lazos de familia.
La primera noche que dormí en mi casa, el sábado pasado, soñé con la bobe y con la casa grande de Av. San Martín donde ella y el zeide vivían. Ahí leían página/12 y pasaban mucho tiempo en silencio o en frenéticas discusiones políticas. Dormían en cuartos separados. Durante muchos sábados de mi infancia yo dormí allí.
En el 2006, un sábado de enero, en mi casa que fue de ellos y que recibe cuentas a sus nombres, yo soñé con aquella otra casa donde dormía los sábados, después de tomar la sopa de cabellos de ángel y mirar un poco de televisión.
...viene a mojarse los pies a la luna...