Ayer leí sobre el instante inaugural del amor como una explosión, como un big bang.
Hoy me contaron una escena. Interior/Día. Primeras horas de la mañana.
La mañana podría haber sido romántica, los rayos de sol al amanecer podrían haber iluminado la habitación, dibujando figuras en la pared por las sombras y reflejos de piernas y brazos enredados. Ellos podrían haber despertado juntos y sonreir, darse un beso y celebrar el (re)encuentro. Sin embargo, no.
Afuera llovía. Ella se levantó como cualquier otra mañana, se bañó y lo despertó con apenas un golpe suave en la espalda, y sin ganas de hablar.
Porque el instante final del amor, o incluso la obstinación, cuando el amor ya terminó, también es parte del big bang,
los restos de la explosión,
las estrellas que vemos brillar en un engaño
porque a millones de años luz, ya no brillan:
están muertas.
...viene a mojarse los pies a la luna...