Mudarse implica ordenar, ordenar es revisar, mirar, encontrar. Qué guardo y qué tiro. Cuáles de todos esos papeles viejos. Apuntes, revistas, libros que en unos días estarán en cajas. Cajas con cartas. Cajones con fotos. Dedicatorias en libros. Ordenar es mirar. Esas fotos de esos viajes de hace ya tanto, tanto tiempo. Esas fotos de esas ciudades y de esa ciudad. Y sentir un olor. Es el olor de las caminatas en el aire seco de esa ciudad. Las fotos, mi pelo ondulado más lacio porque no hay humedad. Mirar y encontrar más fotos y otras ciudades de otros viajes. La comida de Israel, el mercado en Tel aviv, las especias coloridas, las telas, la pimienta turca, el shwarma de casi todos los días.
Cambia el álbum. El verde del pasto y el gris de las ruinas en Machu Picchu, el frío de la montaña intentando ser vencido por un mate cocido bien temprano, antes de seguir camino. La mochila enorme en mi espalda. Más fotos. Ropa a veces deportiva y a veces de fiesta. Pelo atado, dos trencitas, suelto, planchado o natural.
El olor, mucho más acá, de Nueva York. El viento del último barco a Uruguay, la bañera enorme en ese hotel viejo. Fotos y compañeros que pasaron.
Al final vuelve esa ciudad. El olor y toda esa ciudad. El departamento en la calle de tierra. La soledad de los días en ese departamento. Los encuentros a la tardecita. Caminar cuesta arriba porque esa ciudad baja y sube, y yo vivía del lado más alto, cerca de la Universidad.
Olor a caminatas, aire fresco y seco,
los ojos verdes.
...viene a mojarse los pies a la luna...