Leí por ahí que este no es un fin de año habitual.
No sé qué pasa pero pese a que es diciembre y hay reuniones o eventos casi todos los días, estas fiestas son distintas a otros años. Quizá es porque no me voy de vacaciones. En esta fecha yo solía planear viajes, dibujar itinerarios, sacar pasajes y calcular gastos. Este año pienso en la mudanza a un departamento que todavía, cuando sólo falta una semana para que me den la llave, no conozco. Dicen que es así y asá. Que es lindo. Luminoso. Tres ambientes chiquitos. Y yo fantaseo. Mi habitación, mi estudio o biblioteca, el living. Qué cosa en cada lugar.
Después del despliegue me contraigo cuando pienso en los gastos y temo que no me alcance. El aumento de los gastos fijos. Pagarlo todo y todo a tiempo. La certeza de no poder ahorrar por varios meses y la posibilidad de que este verano sin vacaciones se repita muchos veranos, y que este fin de año no habitual se vuelva habitual con las nuevas costumbres.
Será también que la navidad no me importa. Entonces no compro regalos ni para muchos ni para pocos. Alguna cosita para mi sobrina pero porque siempre le regalo “alguna cosita” (vamos, siempre libros).
Fin de año que además cae sábado-domingo, sábado-domingo, no tenemos ni feríados y el lunes, como siempre, a trabajar. Lejos de la euforia colectiva, percibo desde una órbita impermeable:
la gente compra fuera de foco y el sonido de las copas que brindan, retumba encerrado en una cámara.
...viene a mojarse los pies a la luna...