Ponele que estoy triste... que no tengo razones, que las cosas andan más o menos bien, todo muy rápido, pero bien, y que las cosas se terminan, algunas otras empiezan, se concretan proyectos, no paro un segundo. Y sí, ponele que llego a mi habitación, fundida y furiosa, a la noche tarde, y el silencio es necesario pero también dice tanto que me da miedo, que no hay un abrazo, un cuidado más allá del estruendo, poder relajarse, pijamas y pelos parados, ojeras profundas, mucho amor y confiar. Ponele que falta ese hogar pero que también me siento cansada para construirlo. Falta poco para la mudanza. Mi casa sola. Quizá debiera vivir en el aire hasta entonces, el sin hogar por las semanas que queden, pero es mentira, si no pienso en un hogar como conjunto de paredes.
Ponele que estoy triste aunque hay gente que me quiere, y se abren espacios nuevos. Ponele que sí, me cuesta alejarme de los lugares donde ya no estoy ni me invitan. Que de pronto, en un día, llamado telefónico, feliz cumpleaños y esos lugares no sólo es una fiesta un sábado a la noche, sino que son otros eventos, viernes, sábado y lunes, presentaciones, proyecciones y mi nombre que aparece junto a su nombre en una pantalla grande que ya no puedo ver.
Porque pensé que quería pero no puedo. Porque cada contacto es hacer reset y empezar de cero a ver que puedo sola. Y puedo sola y la paso bien y encuentro cosas hermosas pero exijo tanto alrededor y en mí (ser divina, ser amable, estar pero no asfixiar, querer pero no enamorarme, y divina, divina siempre) que el silencio, al fin del día, sólo es espejo de un agotamiento angustiado asqueado de sí mismo ante tanta corrección.
...viene a mojarse los pies a la luna...