Cansada de la normalidad, pero inquieta, por suerte inquieta, y harta de ser previsible, abandoné las obligaciones de la tarde (no fui a la facu, huí de la oficina) y me fui al Abasto: saqué entrada para el cine, me probé vestidos de fiesta y me comí una tarteleta de frutillas.
La peli, del festival de cine brasilero, estuvo bien. Basada en un cuento de Cortázar, con un personaje que se llamaba M. (sí, amigos, otra vez M., les juro que me rodean, y la chica de la peli que no dejaba de pronunciar su nombre, M. de aquí, M. de allá, y yo por favor M. dejame tranquila), una historia de amor difícil y yo que ya no quiero más historias difíciles de amor. Ver cómo se complican y nos complicamos. ¿Y para qué? ¿Es posible un amor simple que arda? Sé que sí. Lo mío funcionó siempre que pudo ser simple. Los enrosques y enroscados no son para mí.
Por ir sola pude dormir con impunidad todos los minutos que dormí, y disfrutar de las escenas que vi despierta. Me gusta dormirme en el cine. ¿Y qué? Entro en una especie de fusión, la película se mezcla con mi vida, siento que se relaja la espalda y ya está, veo unos sueños increíbles. Después me despierto y sigo mirando la película. Y está todo bien. Pasa muy seguido. Me costó peleas de pareja. Hoy no. Siesta cinematográfica. Espectacular.
A la salida, llamado de jefe y arreglar cuestiones por celular. Odio que el trabajo me deje sin crédito. Pero fui al cine y comí una tarteleta de frutillas, me probé vestidos de fiesta y zapatos taco alto.
Me gustó la decisión apresurada, la fuga de todas las obligaciones, lograr que por un momento no importe nada, y que mi yo misma me fuera, por fin y por un rato, suficiente.
...viene a mojarse los pies a la luna...