Ayer fui con mi hermana y Clarita (sobrina) al departamento de la bobe (ella murió en el 2001 y desde entonces su casa está vacía, de poco sacaron los muebles, papeles y libros, pero el departamento nunca se vendió). Fuimos porque nos traían una mesa y cuatro sillas que mi hermana presta para mi próxima casa. Como todavía el lugar está ocupado, las tuvimos que guardar en el departamento de la bobe.
La bobe y el zeide llegaron a Entre Ríos en 1937. Juntos (maestra e ingeniero agrónomo) fundaron la colonia de Domínguez. Mi abuelo, además, era escritor. Hablaban yiddisch, eran comunistas. Años más tarde, en Buenos Aires, fundaron la escuela Peretz y fueron parte de la primera comisión directiva del Icuf, donde cada uno militó hasta morir.
Mis abuelos siempre muy serios. Admirables, sí, pero serios. Yo dormía en casa de la bobe todos los sábados (
el zeide murió cuando yo era muy chica y casi no lo recuerdo). Ella leía todo el tiempo. Hablaba poco. Con los años casi no escuchaba. Miraba como si mirara otra cosa. Miraba para adentro y pensaba. En su historia, la familia que no vio más, la guerra y los muertos. Los vivos, en Brasil, Estados Unidos e Israel (la vertiente sionista de la familia, y ahí intensas peleas políticas).
Como esta historia, muchas. Es el trayecto de muchas familias que vinieron de Europa huyendo de la guerra. En la generación de mi padre y su hermana hubo mucho silencio. Y en la mía, entonces, poca información. Cuando me empezó a interesar el asunto, la Bobe ya no escuchaba y poco tiempo después murió. Mi hermana la disfrutó y la escuchó más. A mí me parecía gris, me costaba acercarme. Tengo conmigo una serie de cuadernos que escribió como pudo durante los últimos años de su vida. Debería transcribirlos, son de verdad interesantes y conmovedores, aunque necesitan un tiempo de edición importante.
Cuando yo estaba en quinto año tuve una revista (por donde anduve, siempre una revista). Estaba buena. Éramos pocos y la hacíamos en papel, la págabamos y distribuíamos mil números por calle Corrientes. Se llamaba NS/NC. Y un día se la mostré a la Bobe. Ella me miró seria, cuando habló me marcó todo lo que estaba mal, y recién después de unos minutos dijo “bueno, está más o menos bien”. La bobe era implacable. Es la primera vez que pienso en ella, desde muerta, sin idealizarla. Era genial, pero era difícil. Yo, la menor muy menor en la familia, me topé con ella ya bastante anciana. Y pensativa. Y para adentro.
Ayer, Clara en el cochecito, el departamento vacío, mi hermana, recuerdos y yo.