Foto: A.P(Gracias a Molina que inspiró este post con su relato sobre la Giralda).1998. Yo tenía 16 años y estaba enamorada de L., que no me daba bolilla pero que a veces me invitaba un café. Él fue el primero en llevarme a La Giralda. Desde entonces yo empecé a ir con frecuencia (mi colegio quedaba a cinco cuadras) a leer allí.
En el 2000, un sábado, tuve un encuentro clandestino con A., a las ocho y media de la mañana. Era verano y la ciudad ardía. Un rato después se largó una tormenta. Recuerdo que yo llevaba puesta una musculosa blanca y una pollera roja con flores también blancas. Desayunamos (las medialunas son feas). La mesa, angostísima, dejaba que nuestras piernas se tocaran y sembraran el deseo que minutos después sería la decisión de ir a un hotel. Yo no me animaba a decirlo y pedía por dentro que él lo propusiese. Después de un rato de conversación, cuando él empezó la frase yo lo interrumpí, sí vamos.
Una vez, por esos años, yo no tenía monedas para dejar propina. Siempre me atendía el mismo mozo, me saludaba simpático y a mí me daba mucha vergüenza irme sin dejarle nada. Yo fui camarera sólo una noche, que me valió de experiencia para no irme nunca sin dejar algo. No tenía monedas, pero sí birome y papel. Arranqué una hoja de cuaderno y le dejé una notita de disculpas al mozo, con la promesa de que la próxima dejaría doble. Así fue, y el mozo entonces empezó a ser aún más simpático conmigo.
En mayo del año pasado fui con M. Habíamos ido a ver Roma, de Aristarain, al Tita Merello. Era un feríado, 25 de mayo, creo que martes (soy tan detallista con la memoria). Nos conocíamos hacía muy poco, creo que esa fue la primera o a lo sumo la segunda película que vimos juntos. Cuando salimos del cine llovía a cántaros. ¿A dónde vamos? ¿Conocés La Giralda? El nunca había ido y yo me sentía orgullosa de llevarlo ahí. Las mesas, como siempre angostas, favorecieron el momento. No me acuerdo qué tomamos, pero sí que tuvimos una conversación larga, típica de cuando dos personas empiezan a conocerse.
Después, mismo colectivo que pasaba por mi casa y llegaba hasta la suya. Lo pidió, lo dudé, pero al final me bajé en mi esquina.
Hace mucho que no voy a La Giralda, creo que desde ese encuentro con M. Quizá alguna vez más, una cerveza. Me parece pero no recuerdo. Cada vez que paso por ahí (el sábado pasado fue la última vez) miro por la ventana y por la puerta, a ver si encuentro a alguien conocido. Están esas mesas, siempre hay gente. La luz blanca distancia todo, la escena metida en una caja de sueño. Miro a la mujer que lee, a esos dos hombres que conversan entusiasmados, a la chica que mira al chico mientras él habla.
Historias particulares sin importancia que seguro encierran buenos relatos.
...viene a mojarse los pies a la luna...