Creo que a veces intento dar sorpresas para sorprenderme a mí misma o para divertirme. Cada tanto pasa. Juntar pedazos de información, armar un plan ridículo, intentar disuadirme pero finalmente, a fuerza de intuición, obstinación y entusiasmo, ir al encuentro de algo que no sé cómo va a resultar.
Por ejemplo hoy. Hace una hora. O pongamos que todo empieza a las seis, con el llamado de M.
Pensábamos que tenía que filmar toda la noche. A las seis, con el llamado para saludar antes de irse, M. cuenta que es sólo alquiler de cámara, pero que no tiene que ser camarógrafo. Qué aburrido debe ser estar hasta las seis de la mañana mirando cómo otro filma con tu cámara. Hablamos de eso.
Primer dato: tiene que trabajar sin hacer nada. Aburrimiento.
Nos saludamos y antes de cortar agrega que cree que el lugar donde tiene que ir es una pizzería sobre Santa Fe donde fuimos aquella vez cuando salimos de la Feria del Libro. Cree que se llama "La esquina", o "La esquinita".
Segundo dato: Santa Fe y Thames. Por ahí.
Termino de corregir la tesis, creo que voy a leer o quizá bañame pero no, estoy aburrida. ¿Y si le voy a dar un beso a M? Quizá voy hasta ahí y vuelvo sin haberlo encontrado. Quizá lo veo de lejos y me voy avergonzada, porque me pongo paranoica y pienso que lo que para mí puede ser una sorpresa agradable, para el otro puede ser una invasión. Quiero salir. Me empecino. Pienso que no da. Pero tengo ganas, por lo menos jugar a ver qué pasa.
Me acuerdo de Rayuela, por eso de los encuentros pese a datos imprecisos. Dejarse llevar y ver qué pasa. Total, puede no enterarse nadie. Es un juego conmigo misma, ni siquiera con M. Voy y vuelvo. Son algo así como veinte cuadras. No saludo ni digo nada. Si lo veo muy aburrido mando un mensaje por celular del estilo "mirá a tu derecha". Si lo veo ocupado o entretenido me voy. De todos modos imagino el desastre. El escándalo. Mejor no voy.
Me pongo el abrigo. Agarro el teléfono, algo de plata, monedas. Salgo y tomo el 12 en la esquina de casa.
Bajo justo cuando el colectivo dobla para agarrar Santa Fe que se hace doble mano.
Santa Fe y Borges.
Camino hacia el lado de Juan B. Justo. Reconozco la pizzería a la que fuimos. Se llama Kentucki y no hay ninguna filmación. Me desanimo pero camino un poco más. Pregunto al chico de un puesto de flores si conoce una pizzería llamada "La esquina" o "La esquinita". Dice que sí. Sonrío. Camino dos cuadras más. La pizzería no aparece. Sí muchas otras, demasiadas pienso, pero ninguna se llama así. No hay ningún rodaje en ningún lado. Ok. Jugué y perdí.
Llego hasta Juan B. Justo y emprendo la vuelta. Recorro el mismo camino hacia atrás. No hace frío. La noche es agradable y tengo tiempo.
Recuerdo las caminatas por Nueva York. Muchas cuadras y mucho tiempo todos los días. Aprovecho para caminar así por Buenos Aires, por mi barrio. La mirada es otra. Pienso en eso. En la mirada de turista, de extraño o de extranjero. Y en cómo caminamos por dónde pasamos siempre.
Miro las pizzerías. Nada.
En Santa Fé y Oro envío un mensaje de texto, sutil, a ver si junto algo más de información.
"Y? Cómo va eso? Muy aburrido?".
A los pocos minutos, en Santa Fe y Armenia, la respuesta:
"Un poco. Termino a las 6 am al final. Estoy en Lanús! En el museo de Ferrocarril... Cua!"
Me río de mí misma y también me celebro. Estoy contenta con la caminata y con mi propio juego. De Santa Fe y Thames hasta Lanús. M. es muy desorientado, pero por eso mismo más divertido. Intento imaginar qué pasó desde que creyó que filmaba en Palermo hasta que se dio cuenta o le avisaron que era en Lanús. Me río de él y de mí. Ya estoy en Santa Fe y Araoz. A unas siete cuadras de casa. Hay bastante gente en la calle, algunos ya vestidos como para salir, otros volviendo de salidas de la tarde. Qué bueno que salí a caminar. Qué bueno, quizá, no haber encontrado a M. Sé que cuando lea esto va a pensar que soy loca. Y qué va... Me gusta cuando se me ocurre algo y lo hago sin pensar demasiado. Sé que alguna vez puedo llevarme una desilución, pero si no ponemos algunas cosas en riesgo, ¿para qué todo?