Lolamaar

viernes, septiembre 29, 2006

 
Un pedido
Busco una oficina o un local para filmar un corto de un minuto.
Es una sola jornada de rodaje
(un día de fin de semana puede ser)
y principalmente se filmará en el baño de dicha locación.
El que tenga un contacto o uno de estos espacios para ofrecerme,
puede escribirme a
lolamaar@yahoo.com.ar
Gracias!

 

Con frío y el pelo húmedo, corro el 141. El chofer maneja mal, las frenadas son demasiado bruscas. Me detengo como puedo entre una mujer y un chico joven, la mochila adelante, me agarro. Pocas cuadras después se desocupa un lugar, me siento y leo cinco de las diez páginas que faltan para terminar la novela.
¿Será que la caída imparable del relato repercute en mi ánimo?
Tengo la idea para el corto de 64 segundos. Me gusta. La cuento una vez, después otra, y parece que puede funcionar. No sé qué sueño a la noche, pero a la mañana me atemorizan los costos de filmación, los tiempos urgentes y saber de quién necesito ayuda para realizarlo. Por un momento pienso que debería dejar la idea atrás. Pero me obstino. Lo quiero hacer. Recuerdo las primeras sensaciones antes de filmar "a la orilla": esto es inabarcable, filmar es un salto al vacío donde hay muchas más posibilidades de que las cosas salgan mal a que salgan bien. Pero igual lo quiero hacer.
Refugiarme en un cine ayer, a las cinco de la tarde, fue una sabia decisión para salirme de lo conocido. La semana en la oficina se hace cada vez más larga. Hasta el martes conservo un criterio de realidad, el miércoles todo comienza a estirarse como un chicle surrealista convertido en una lava que no puedo evitar tragar y que termina por ahogarme, el jueves, habiendo sobrevivido al ahogo, me convierto en un Bartleby sin valentía que los viernes me reclama un cambio de actitud.
Entre el vértigo y la apatía, encuentro un abrazo donde la noche transcurre como ceremonia alrededor de un fuego, en un bosque de aire fresco.

miércoles, septiembre 27, 2006

 

Es tan simple:
después de momentos felices
le tengo miedo a la muerte.
La sensibilidad es
percibir y poner en palabras
eso que le pasa a muchos
y nadie logra enunciar.
(algo como
-- ¿viste cuando...?
-- sí-- piensa con la mirada perdida: se lo figura-- es cierto.)
Son pocos los momentos felices.
Son menos los momentos de sensibilidad.
Ayer, antes de dormirnos,
dijiste algo que no comprendí,
¿qué?
y repetiste,
pero no comprendí.
Ahora,
que le temo a la muerte,
me pregunto
qué habrás dicho,
qué me perdí de escuchar.

 
Suena la lluvia. Me hubiera quedado en la cama, un desayuno para los dos, los textos desparramados, su entusiasmo divino por contarme lo que lee y por qué tal es tan bueno y tal otro tan despreciable. No nos une el objeto pero sí la pasión: en vacaciones yo podría devorar libros de política y él de literatura (salís ganando, la literatura, igual, es más divertida).
Me acuerdo del jueves de la gripe y pienso qué puedo hacer para escapar de aquí. Nada. ¿Nada? Que me asalten poderes para desafiar la rutina.
Tengo miedo porque hay algo que ya sucedió. Me tiré por el tobogán, se convirtió en montaña rusa y aunque tiemblo no quiero que se detenga. Me perdí o me encontré. Crucemos los dedos y empecemos a creer en la suerte. Empecemos a creer en todo lo que pueda hacer para que la magia no termine. Para los niños el recorrido en el tobogán debe ser más intenso que lo que vemos desde afuera. Quiero jugar mi juego, inventar mi tobogán.
* * *
Ayer hablábamos de los diagnósticos, o de cómo voy a la psicoanalista y cada tanto le digo "¿seré obsesiva compulsiva?", "¿seré bipolar?", y le hago prometer que si tengo alguna patología ella me lo va a decir.
Hoy pienso, después de sí haberme escapado en la oficina, para delirar una hora en un café: "¿compulsión a la repetición?"
* * *
Pero quizá no sea eso. Recibo la carta astral que me hizo Elemental con la condición de que yo aceptara la publicación de nuestras compatibilidades en su blog (es asombroso -aunque me relaja- que seamos tan poco compatibles, o que la más alta compatibilidad esté dada en una posible amistad: los índices más altos están en "comprendimiento mutuo", "amistad", "agresividad" e "inspiración personal").
Entonces, lo que creo que es compulsión a la repetición, quizá no sea más que una conjunción de características particularmente dispuestas en mi persona (puestas en repeat ad eternum...)
* * *
Lo que es extraño es que lo que dice la carta astral que Elemental me envia por mail no coincide en casi nada con la que él publica sobre nuestras compatibilidades. La que llega por mail es más certera. Publico acá parte de ese post, ahora con mis propios comentarios:
Elemental es cálido, afectivo y necesita de la gente, de conversar y estar acompañado, y considera muy importante la armonía. Lolamaar es emocionalmente reservado y no muy dispuesto a respuestas afectivas o demostrativas (ERROR!, espero acá testimonios que lo atestigüen, please amigos). Elemental es bastante dependiente de sus amigos, mientras que Lolamaar es más auto-suficiente emocionalmente y/o teme la necesidad, dependencia y vulnerabilidad emocional (temo a eso, es cierto, porque soy mucho más dependiente y vulnerable de lo que quisiera). Elemental encuentra seguridad en las relaciones personales, Lolamaar la encuentra en el trabajo, realización y éxitos materiales. Lolamaar, en realidad, toma la vida seriamente y tiende a trabajar más de lo necesario, (what?!) mientras que Elemental es más equilibrado y quiere pasar el tiempo sociabilizando o descanzando más de lo que Lolamaar hace. Lolamaar prueba a sus amigos si son sinceros y confiables, y a menudo le toma tiempo abrirse y confiar. Lolamaar puede ser un poco cínico (a veces, sólo cuando estoy inspirada), mientras que Elemental es más idealista. Los dos pueden ser buenos amigos aunque su amistad puede crecer lentamente.

martes, septiembre 26, 2006

 


Mucho mal humor, mucho. Uno intenta empezar bien el día, tener una mañana productiva, redactar uno de las dos ideas que se me ocurrieron en los últimos cinco días, trabajar bien, mandar los mails necesarios, cumplir con todos los pedidos, arreglar lo que hay que arreglar y sonreir frente a todo el mundo.
Pero que después de hacer todo bien, de cumplir con tiempos (querías las cosas el viernes, las tuviste el viernes en tu propia casa, envío de CD más mail para tontos explicandolo todo), me llamen para una reunión y me puteen justamente por no tener ese CD, es too much. Too much.
A ver: si me piden algo para un día y yo lo hago para ese día, la contraparte ¿no tendría (al menos) que ver el material y si no callarse la boca?
No pasa más de un segundo para que pase de sentirme la más piola de esta oficina inmunda a sentirme la más idiota. Encima abro una página web de una "colega", que hace las cosas que yo podría hacer, que enumera entre sus clientes a un montón de firmas importantes y que en un mail anuncia que se va a Irlanda por no sé que cosa. Es clarísimo. Soy una estúpida, no hago nada con mis malditas ideas y todo lo prometedor es adhonorem. Necesito cambiar de trabajo urgente.
(la tira es de Liniers)

lunes, septiembre 25, 2006

 
Que las primas nos llevemos entre diez y veinte años cada una provoca una escalonada en la que no queda generación sin ser ocupada por una mujer: E. tiene ochenta y algo, mi mamá apenas más de sesenta, V. promedia los cincuenta, A. pasó los cuarenta hace unos años, la prima G. tiene treinta y pico (como mi hermano) y a mí me queda el lugar de la veinteañera revoltosa de aventuras divertidas y sentido del humor para retratar las rencillas y la disposición familiar.
Después están los primos varones, hijos de las mujeres, que se quedan acuartelados en una adolescencia que de a poco los empieza a despedir.
Las mesas de chicos y de grandes se dividían, más que por edad, por rol familiar. Padres y madres a la mesa de grandes (las primas hasta A. inclusive). Los hijos (desde mi hermano y G hacia los más jóvenes, con R. de ocho años en el extremo) quedamos en la mesa de los chicos.
Postales de la vida familiar. Las ollas de comida turca ocupan las cuatro hornallas, todas llegan con paquetes de comida, somos todas físicamente muy parecidas (menos V., todas morochas con cara de actrices de película iraní). Las miro y pienso en las mujeres de antes, las abuelas gordas y felices, la casa de Lomas de Zamora que no conocí pero que sé de puerta abierta todo el día, los primos correteando de la calle a la casa y de vuelta afuera, la tía Juana ofreciendo "un bifecito" a toda hora, la abuela Yolanda despellejando el pollo, mi abuelo en el negocio piropeando a las clientas, mi mamá enamorada de Freud en la biblioteca de la zona mientras sus hermanos varones jugaban a los pistoleros.
Ahora, los primos nos abarrotamos sobre el Maúde (la comida más rica), yo sirvo en la mesa de los chicos mientras escucho las vocaciones perdidas de los más jóvenes y les prometo un regalo todavía secreto para cuando cumplan veintiuno.
Con el café todos se ríen de mi diagnóstico -certero- sobre los hermanos mayores y menores, ante la queja de A. porque llaman de la escuela para quejarse de que la conducta de R. (el menor) ya "no es normal". Protesto contra la escuela "normal" y vaticino para el menor (y en silencio para mí también) un futuro creativo de tendencia artística, celebro los problemas de conducta y la dispersión para el aprendizaje de contenidos formales. ¿Hiperquinético? Sí, ya sé.
Y comparto lo que entendí después de varios años de terapia, por qué los hermanos menores somos tantas veces los problemáticos, los que venimos a los gritos a decir acá estoy.

sábado, septiembre 23, 2006

 

Me alegra llegar a casa y encontrar el mensaje de E. La llamo enseguida. No hablábamos hacía meses. Durante varios años fuimos muy amigas.
Después de que le sintetizo los últimos meses de mi vida, ella me cuenta de los suyos, dice que empezó a hacer terapia de grupo y que el 2006 es un año duro, pero que por suerte puede hablar de cosas que antes no hablaba, cosas que no le parecían importantes, cosas que no podía hablar, especialmente con sus amigos de la adolescencia (entre los que me encuentro):
--¿Qué cosas, E.?
--Soy adoptada, y nunca lo conté. Los de la primaria lo saben, pero con los demás no hablaba, hace poco se lo conté a los chicos.
-- (asombro, asombro, asombro) ¿Y vos siempre supiste...?
--Sí, sí, siempre supe todo, pero no ocupaba un lugar importante ni traumático.
--Ah...
--A vos, una vez, casi te lo cuento, pero no me salió...
--¿Por? (me pregunto por qué casi me lo cuenta a mí, por qué no me lo contó)
--No me acuerdo en qué contexto, pero un día vos me dijiste que si no me llamaba E. podía tener dos nombres. Uno no me lo acuerdo, el otro era Alejandra. Y a mí se me partió la cabeza en mil pedazos, porque vos no sabías nada, pero yo, cuando nací y hasta que me adoptaron, me llamaba Alejandra.

viernes, septiembre 22, 2006

 
Es mentira que no importa la fecha.
El día de la primavera se convirtió, por el día mismo -21/9- y por el ramo de flores que otra vez mandó el proveedor, en un arcón de recuerdos abierto como caja sorpresa: abrís a ver que hay y sale un payaso sádico que te pega una piña.
Por otro lado, clima de año nuevo en la oficina, en los planes familiares y en algunos deseos (es una tontería, pero me gusta poder decirle "shaná tova").
A la tarde visito el parque centenario. De lo nuevo se destacan las rejas, la policía y la prohibición de pasear con perros alrededor del lago. (Por suerte, en privado) Más tarde, se me rompe un pantalón como una orden para renovarme (aunque ya basta de ir de compras) y me despido en un ataque de hipersensibilidad, con una sonrisa impresa en la piel. En el colectivo sólo quiero llorar. Me duele la panza pero el nudo sube a la garganta. En la clase de yoga no puedo moverme. Quiero volver a casa, y vuelvo. ¿Son las hormonas? ¿Es la neurosis? ¿Qué coño?
Empiezo a ordenar el desastre, me baño y todo empieza a recomponerse. Las flores están divinas, la casa queda a punto para el comienzo de la estación que es también un comienzo de año. Que todo sea lindo se vuelve una obsesión que disfruto. Pienso en septiembre como un mes bisagra, la ruptura y después el año de inestabilidad. En el medio, la mudanza. Es el mes del cumpleaños de Clara. El mes de la revista.
De una forma u otra, todas las piezas aparecen para que vuelva a acomodarlas.
(Para este año) Quisiera que la hiperactividad dispersa se concrete-concentre en proyectos realizados
(entre otras muchas cosas).

jueves, septiembre 21, 2006

 
El último día de la primavera que recuerdo es el de 1999, un fin de la inocencia todavía muy inocente, quinto año en el rosedal, mi pollera roja con flores y una musculosa blanca de algodón, los siete kilos de más no eran un detalle sino angustia, día lindo y sensualidad, un grupo grande, algunos amigos tirados en el pasto, jugo, sandwiches y las agujas de mi reloj ansiosas porque se hiciera la noche, el encuentro con A. en el departamento de mi hermano.
Los poemas que escribí a las cinco de la mañana porque no se quedó a dormir conmigo, y yo no había imaginado siquiera que podía irse.
Los poemas del día de la primavera ahora guardados en una caja que sé perfectamente cuál es y dónde está.
Después de todo, lo vi acurrucado en el sillón, las piernas larguísimas, dobladas para que no tocaran el piso. Miraba la noche en silencio.
Un rato así hasta que dijo que tenía que irse.
Yo vi sola el amanecer y cuando se hizo la hora me vestí para ir al colegio.

miércoles, septiembre 20, 2006

 
A la mañana caminamos juntos para el lado de mi oficina y dice que soy como Susanita. Yo digo que no, pero quizá tenga algo de razón porque desde que soy chica usan al personaje de Mafalda para adjetivarme. Ok. Acepto. Pero no sueño con casamientos y vestidos blancos (o sí, suena bien: casamientos y vestidos blancos, en plural, ya es desconfiar del sueño perfecto del amor para toda la vida) sino que por más que intente no hacerlo, me ilusiono, con todo:
entonces hoy, cuando recibo la respuesta a mi respuesta al mail en el que me buscan como guionista para un trabajo adhonorem del que ayer descreía, yo ya me veo exitosa, con una notebook divina en un café, una mañana de sol como esta, disfrutando mi trabajo, viviendo de eso, sin tener horario de oficina ni poca luz de oficina ni compañeros de oficina...
Pero pronto despierto del sueño, saludo al chico de seguridad que siempre está abajo, me da los diarios como todos los días y enciendo la computadora para empezar a trabajar.
Ayer, el flaco Spinetta en La trastienda. Cuando le digo a Ch. que Artaud es el mejor disco never ever, él me mira con cara de está bien fanática pero de ahí a qué... y sí, sí, discografía obligatoria, te juego el desafío de poner diez discos (incluimos radiohead y lo que quieras) y vemos en qué lugar queda Artaud, bla bla bla bla bla, besos en los hombros, alegría en los temas de siempre (Laura va, A Staratosta el idiota, Durazno Sangrando, alguno de Silver Sorgo), el estremecimiento de las canciones dulces, esa que dice hoy estás hermosa.
Más tarde, en casa, tiro una revista por el balcón un poco porque no me interesa tenerla y otro poco para inyectarle simpatía a una escena que corría el riesgo de ponerse densa. Cuando me saco la ropa para ir a dormir pienso en que no quiero manejar todo el tiempo la estructura narrativa, en que quisiera simplemente dejarme ir, hacer y decir (¿qué? no sé... es una tendencia), deseo e impulso sin medir posibles derivaciones, al menos ahí cuando las horas bajan y el día se sienta a morir.

 
Estamos felices,
salió elinterpretador

nº 28
(para los que querían el confesionario que leí en el Rojas, ahí está,
y escuchen "Los infelices" de Naty Menstrual, con Alvy Singer, que no tiene desperdicio,
justo ahí cuando entran a la revista,
además el dossier de Evita, los cuentos, las reseñas, los poemas...
Un número que viene con tutti!)
www.elinterpretador.net


martes, septiembre 19, 2006

 
Termino este día chorreando. Por fin. Quiero vaciarme de líquidos acumulados por todos estos días. Volver a ser la flaquita sin panza. El sábado lo confirmé: no hay panza que pueda desear ahora. Todo eso (los cumpleaños, la ropa, las mamás del jardín, todas tan distintas, algunas tan terribles) llegará en años. Cada cosa en su lugar. Yo, por favor, ahora, la flaquita de siempre. Por fin chorreo.
Recibo un mail que al principio me inquieta, después me genera esperanza (esperanza en el grupo, la misma fe de siempre) y por último me preparo para una nueva desilusión. Igual voy a ir a escuchar. Aunque firme "xxx producciones", sin teléfono, nombre propio ni web, desde una dirección de yahoo tan anónima como la mía. Quizá porque en algún lugar me gusta que diga que de los trescientos estoy entre los seis, aunque dejo de creerle tan pronto como le creí, y comprendo que si tardaron tanto en responder es porque en el mejor de los casos estarán conformando grupos de a seis hasta llegar a los trescientos. Como una cita a ciegas, mejor imaginar lo peor. Si después de todo eso al menos podemos ser amigos (o trabajar ad honorem y que funcione, como en este caso), habremos conseguido algo.
Un rato antes, la paso genial en la escuelita. Estoy en la clase de mi amiga y los veo a ellos tan en su ámbito que quiero llevarlos a otros, como si yo pudiera entrar y salir, ser y dejar de ser, pero no, soy más parecida a ellos que a muchos otros. Leo, parece que les gusta, preguntan. Percibo alguna chica interesada pero no al enamorado. Me pregunto en qué piensan mientras leo pero no levanto la vista ni en los punto y aparte. Insisto sobre cosas que me enseñó mi primer maestro y en secreto soy generosa con él. Recomiendo su libro para ver ese tema de la puntuación, los personajes y el registro.
Cuando todo termina me pongo de pie y siento que me doblo del dolor. A veces el dolor es alivio. Pienso en la imagen que cada uno proyecta de sí y en lo que cada uno en verdad es. Cómo se puede parecer tan "grande" y ser, en verdad, tan "chiquito", tan que los demás no tienen idea, incluso aunque uno se muestre todo el tiempo.
foto: chica miniaturas

domingo, septiembre 17, 2006

 

Harrowdown hill, de Thom Yorke

De la mano en el sillón, 28:30 de partido de Gimnasia y River (en la tv), pienso que si se pudiera conectar la TV e internet al mismo tiempo, yo iría a escribir este post (que entonces escribo a mano en un apunte):
que ya sé que canción voy a poner en casa o en cualquier lugar cuando quiera acordarme de él//
o
que ya sé con qué canción no podré evitar pensar en de la mano en el sillón, 28:30 de partido de Gimnasia y River (en la tv), pienso que si...
(las propiedades de la música)

viernes, septiembre 15, 2006

 
Viernes cuatro y veinte. Navego por sitios de fotografía. Gracias al blog de JB llego a la página de Fernando Lazzari y veo esta foto: "La boca 1989", con un epígrafe que dice: I'm going through old negatives. This one was inside an envelope during 17 years, and it had never been printed before. Actually, today is the first time I ever saw this photo. She was my girlfriend.
No me animo a postearla acá: pese a que ya está posteada ahí, traerla acá me parece una invasión a una intimidad que no me pertenece. Esta imagen me impacta más que todas las demás. Hay algo de la relación entre pasado y presente que se altera en el revelado de una foto diecisiete años después. Estoy convencida de que no es lo mismo que ver una foto vieja. Es hacer una foto nueva con una imagen vieja que, además, no hemos visto nunca antes.
Revelarla es hacerla presente, es darle una existencia que antes no tenía. Es como si apareciera un fantasma de aquella chica, intacta desde entonces. No es como verla ahora, un encuentro casual, vos y yo tiempo después, sino que es como encontrar por la calle a esa chica de 1989, cuando uno camina suelto (y entrado en años) por un 2006 que llegó no en vano diecisiete años después. Como un efecto de Jet Lag. O como el absurdo que permiten los sueños. Volver a ese día, en La boca, a ese rostro (muy expresivo, además), la camisa, el broche, sutiles marcas de época. ¿Cómo será la sonrisa de esa mujer ahora? ¿Cómo habrá sido ese día entre ellos dos?
Desde hace dos días miro esta foto y su compañera (el detalle de los brazos, el granulado de la imagen) con cierta obsesión confundida, camino hacia una reflexión que no puedo completar.

 
Era un día para quedarse en la cama, remolonear, desayunar en el balcón, volver a la cama, ver el sol. Pero nos levantamos para rumbear hacia las obligaciones. Un viernes neurótico, ¿no? En la oficina los viernes son como un pequeño apocalipsis de falsa importancia, hay que salvarnos de la caída, resolver antes del fin todo lo pendiente. Nos apuramos para llegar a tiempo, para entregar el trabajo y rogar que el jefe no nos llame desde el exterior para decir que todo está mal (as usual).
Era un viernes para quedarse en la cama, abrazados así, dormir y despertar, dormir y despertar, darnos vuelta y seguir. Pero había que levantarse para rumbear hacia las obligaciones. Un viernes neurótico rompen la casa y no podés creer que estés ahí otra vez , deja vu de los que uno no quiere volver a ver, poner stop en la película, echar a los plomeros, decirles que no es ahí, equivocado, donde tienen que romper. Si no es stop es retroceder, vernos en cámara rápida con los movimientos hacia atrás para cambiar las decisiones, entonces en lugar de apagar el despertador para levantarnos minutos después, vestirnos rápido y salir, lo apagamos y digo que podemos dormir más tiempo, que no nos espera nada, bajo la persiana para que no entre tanta luz y nos damos vuelta para volver a abrazarnos. Yo sueño con una oficina donde los viernes se siente el apocalipsis y me alegro de no estar allí. Vos recordás los meses en que unos hombres rompían tu casa mientras fantaseabas con cómo quedaría cuando estuviera lista. Los hombres envueltos en mameluco y herramientas de destrucción se funden en la pared ya terminada, ves la casa de tus sueños y al despertar te das cuenta de que ya estás ahí.

jueves, septiembre 14, 2006

 
En el colectivo pienso en el día de hoy, 14 de septiembre, en el cumpleaños de Clara, en Clara, en la primera reunión de lo que hoy es una parte de el interpretador, ese mismo día, esa misma noche, en casa de mis viejos, el llamado cerca de las doce, interrumpir para ir a la clínica, día feliz, nacimiento y primera reunión, coincidencia que festejamos, buen augurio, Clara dos años, la revista dos años y un poco más, la primera persona a la que conozco de toda la vida y un proyecto que se extiende más de lo esperado, porque no esperamos nada aunque fantaseamos, como enamorados, en el para siempre, o en un tiempo que no termina, en la Historia, tocar la Historia, hacerla, escribir.
En el colectivo pienso, entonces, que no hay modo de que hoy no sea un día feliz. Esa afirmación, de pronto, me llena de nostalgia, engaña, día de sol, 14 de septiembre, todos vestidos para la fiesta, vamos a celebrar, recuerdo momentos: ir a la clínica, llamar desde el celular a M.T. Llamar, también, a A. La emoción de verle la carita por una ventana, ella en brazos de su padre y todos nosotros -todos: mis hermanos, mi papá, mi mamá, la ex de mi papá- ansiosos por empezar a ser su familia.
Un año de energía extrema. La revista, el corto, la vida en Buenos Aires. El congreso en Rosario. Los amigos nuevos (¿te acordás Ine de ese café en el Piaccere de Paraguay y Billinghurst?, las dos terminamos llorando, amistad amor a primera vista; primeras charlas con S.; los poemas de Hernández que mandaba por mail M.Y; los sueños de Incardona), toda la literatura. Y escribir, producir, filmar en el medio de un delirio energético amoroso.
Viajar en colectivo, pensar en que hoy debe ser un gran día, y terminar, durante los veinte minutos de viaje, apretada entre la gente que qué pensara, haciendo un balance del año en que comenzó todo y en el deseo de estar otra vez en el centro de un huracán.

miércoles, septiembre 13, 2006

 

"¿a qué distancia debo mantenerme de los demás para construir con ellos
una sociabilidad sin alienación,
una soledad sin exilio?"
Claude Coste, "Palabras Preliminares" a Cómo vivir juntos, de R. Barthes.
***
Duermo con cinco libros a mi izquierda, después de la histeria premenstrual y de aprovechar, tarde muy tarde, la fuerza y la calma de la clase de yoga para, al fin del día, bailar un poco en los colores cálidos del living, frente a una ciudad de pocas ventanas encendidas, psicodélica de luces que titilan como guía que no logro descifrar.
La posibilidad de la calma después de la furia, incluso después de la vergüenza, en soledad que no es padecimiento, es algo habitual que todavía se disfruta como novedad. Mi analista comprendió las razones por las que planteo el final, e incluso pareció estar de acuerdo. Pienso que salvo en los últimos meses, siempre me tomé un tiempo para los finales, y que quizá este caso sea la oportunidad de retomar esa costumbre.
Entre las cosas que me obsesionan, me dedico a reflexionar sobre algunas experiencias en grupo y a fantasear modelos comunitarios. Por eso, de los cinco libros, repaso, todavía hasta más tarde, Cómo vivir juntos: "la idiorritmia designa también, todas las empresas que concilian o intentan conciliar la vida colectiva y la vida individual, la independencia del sujeto y la sociabilidad del grupo."
Por otro lado, mi cuerpo empieza a responder(me) y volver a sus rythmos habituales. Se alejan flotando los miedos ridículos de los días que pasaron. De tres pastillas por día, hoy empiezo a tomar una.
Quisiera esquivar, cuando somos dos, los pozos de la rutina. Una hora y media, en una tarde plagada de obligaciones, me recuerda el comienzo, y me marca, como esas luces que titilan de noche en la ciudad, senderos a seguir. Hay que cuidar, como un secreto, las cavernas donde podemos escondernos de los leones que acechan con la lista de pendientes: "locas medidas de protección; casa completamente oculta, invisible, todo un sistema de cercos y escondrijos. La clausura como delirio, como experiencia límite". Leo y recuerdo el poema de Marina, ése de la casa al borde del precipicio, o aquel otro verso de otro poema, como de sabiduría oriental, que dice
"...en el peligro
está la salvación".

martes, septiembre 12, 2006

 
Comienzo de temporada: merienda en el balcón, sillas playeras, coca light, sandwichitos. Él con el seudo traje, pantalón-camisa-saco de vestir; yo pantalón de corderoy negro, musculosa violeta gastado breteles de encaje; todo muy laboral.
Definición de cine nacional: S. y yo en medio del paisaje urbano, ni siquiera terraza, mirando con precisión el huequito por el que se ve el río, ahí donde está la grúa ves? ese edificio naranja y blanco? ese hueco? eso es el río. Una casa con vista, la tuya. Carcajadas, el ténder con la ropa a cincuenta centímetros nuestro, la felicidad de la tarde sólo porque pegan los restos de sol. Quince, veinte minutos y a ponerse el pullóver, agarrar un libro, leer un cuento, está bueno; sí, este pibe escribe bien.
Pasan los aviones. Siempre están por derribar alguna torre, pero esto es Argentina.
En algunas terrazas algunas mujeres descuelgan o cuelgan ropa.
Llegamos a la conclusión de que algunas cosas sucedieron porque había que compensar tanto dolor femenino con dolor masculino. Cuestiones de equilibrio.
Más tarde, Manhattan. Excelentísimo comienzo (el dilema que después es toda la película Melinda & Melinda) reconocer algunos lugares, reconocer(nos) los diálogos de Diane Keaton. Un 1979 plagado de referencias, todo eso que ahora parecería muy snob, pero somos un poco así: que mi analista, la reseña, la novela tal, aquella otra, el mundo intelectualoide que ya pasó, los guiones para TV, el libro de la ex mujer devenida lesbiana que cuenta intimidades, y una novia, para él, 24 años menor. ¿Cómo no hablé con mis padres de esta película en su momento? ¿Cómo nadie me dijo, a mis 18, nena, antes de sentarte en la mesa de tu casa, mirá Manhattan y sacá un par de argumentos?

lunes, septiembre 11, 2006

 
Necesito ayuda:
Que alguien me pase el dato de un saca-murciélagos del taparrollos.
La convivencia se torna insoportable.
No salen a pasear ni a esta hora, que es cuando se supone que no deberían estar escondidos, ¿no?

Gracias.

 

El contacto con el mundo, después de los ojos negros en mis ojos, me hace lagrimear y ver borroso el 141 que debo correr para no llegar tan tarde a la oficina. Cuando logro sentarme después de un par de paradas pienso, con optimismo, que quizá después de todo ésta sea una buena semana.
Siguen las lecciones: le cuento a S. y él también coincide en que estuve mal. Debo ser más cuidadosa, borrar algunas referencias por completo, ya es tiempo, guardar la mochila en el placard, cerrar el álbum de los recuerdos o pequeñas anécdotas para dedicarme a un presente que se construye hacia adelante sin radiaciones de lo que pasó.
Nena, no vale todo, hay límites. Hasta acá está bien. Después, ya no.
Antes de dormir, intento decir algo que callo para no sonar inverosímil. Merodeo por ahí, pero no, mejor no, no es por ahí ahora, es simplemente cuidar tu sueño. Desearía ser hábil para comunicar sin palabras. Confío en mis ojos. Marrones en los negros. Si supieras que... estoy tan contenta.
Salgo a comprar algo para almorzar. Un sandwich de jamón y queso. ¿Querés mayonesa? No, gracias, tengo, digo porque pienso en volver a la oficina. Llego hasta la puerta de la panadería. Vuelvo. Sí, dame mayonesa. Voy a la plaza, la decisión sin planificación previa, un ejercicio mínimo de libertad, el rincón verde para el oficinista que no puede dejar todo en serio. La plaza de cara a la avenida por la que pasan colectivos, suenan bocinas, la gente cruza mal, pero todo eso a unos cincuenta metros, lo suficientemente lejos para que parezca que el estrés quedó allí bajo la loma que es esta plaza. Sentada en el pasto, me saco el pullóver y quedo en musculosa, en espacio abierto, por primera vez en muchos meses. Se siente a gusto el cambio de clima.
Once de septiembre. En el 2001 estaba en el Conservatorio, clase de Actuación. La noticia sonó como un invento. Si pienso en Sarmiento, recuerdo el Facundo y no a ninguno de mis maestros. Y de 1973 no puedo recordar nada, pero de todo lo que hoy se conmemora, busco en los diarios alguna referencia a lo de Allende pero no encuentro nada sino hasta buscar en los diarios chilenos y ver alguna foto de los disturbios en la marcha.
Entre tanta fecha, fijo la vista en un banco lejano y necesito hacer la cuenta para recordar que de ese beso, en ese lugar, pasaron ya diez años.
Pienso en que quiero que todo esté bien, en que todo está bien, en todos estos días que me gustaron tanto. Termino de comer, canto bajito, estiro un poco la columna.
Lo que daría por ir a buscarte.

domingo, septiembre 10, 2006

 

I wish these days could have lasted forever.
Domingo sopla brisa en el piso 13, sol, almuerzo en el balcón cosas ricas que mi mamá manda para guardar en el freezer, unos tomates cherry, un vaso de agua. Mucha tranquilidad. Silla de playa, musculosa y short para leer la Ñ de ayer y la inrockuptibles.
Ahora escucho Djavan mientras recuerdo la voz de Ch. cantando en portugués por la calle, ayer a la noche, cielito lindo, noche buena. Pensar que la primera vez que fuimos juntos al cine ni sabíamos que íbamos juntos, porque de hecho no lo fuimos, pero nos sentamos uno junto al otro, apenas un saludo y un comentario que no fue el más feliz. Quizá él tomaba la mano de la chica que lo acompañaba, sentada junto a él, del otro lado. Cosas que parecen insignificantes (ni siquiera observé si se tomaban o no de la mano), como si cada historia tuviera su período de gestación inconsciente, pequeños sucesos que protagonizamos sin ser los demiurgos, como si alguien que no somos ni vos ni yo nos pusiera frente a frente alguna vez, y como no nos miramos, ahí aparecés de nuevo, y otra, y otra, hasta que al menos uno sí empieza a comprender que allí hay que hacer algo. Es apenas un empujón, como si alguna fuerza, desde algún lugar, supiera que sin ayuda no vamos a reconocernos, o como cuando un padre ayuda a su hijo a aprender a andar en bicicleta: no dice nada pero lo sostiene desde atrás, o sí lo dice, para que el niño no tenga miedo. Cuando el niño logra solo el equilibrio sobre dos ruedas, el padre lo sigue de cerca para decirle que sí, que todavía está allí, que no se preocupe que está a salvo. Cuando lo ve al hijo seguro, lo deja andar solo y ambos festejan el nuevo logro conseguido.
La sorpresa. A veces uno señala con convicción los lugares donde pasarán las cosas importantes. Para quienes deseamos tener todo bajo control, algunas lecciones de la vida son necesarias: justo del otro lado, la vida asá, y sin que te des cuenta, las arañas tejen una red que te sostendrá justo cuando no imaginabas que caerías; el pasto mullido donde descansarías, por fin, un día de sol como hoy.

jueves, septiembre 07, 2006

 
Un día siete, como hoy, en un bar de viejo, respondí a la pregunta "¿qué querés?" con una frase que nunca pensé que diría, un poco (gran parte) porque lo deseaba y otro poco porque no iba a achicarme. Después caminamos las cuadras que nos separaban del comienzo de la Historia (aunque había empezado antes), y desde que llegamos, durante todas esas horas, eso que parecía una frase canchera y de corto alcance, adquirió un poder que no habíamos sospechado: todo -TODO- lo que estaba por fuera de esa habitación comenzó a pulverizarse. De pronto no hubo más Tiempo ni otras personas ni ninguna obligación que nos sacara de ahí. No era una pretensión romántica. No era, siquiera, la idea. Era algo que no iba a suceder. No había decisiones en juego, ni siquiera dudas. Simplemente sucedió así.
El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, dicen en Casablanca.
Mi mundo se derrumbaba mientras, y porque, nosotros nos enamorábamos.

 

el interpretador ya tiene su buscador online.
Y para los ansiosos se informa:
en pocos días llega el nº 28.

 

Me pareció una buena síntesis

miércoles, septiembre 06, 2006

 

Que lo único que quiero desde hace horas es irme de la oficina a pasear por ahí, por negocios de Palermo o por los bosques de Palermo o irme al MALBA que es cerca y gratis, o lo que sea pero pasear, de la mano, cantando, un día de sol, como esos sábados cuando trabajaba los sábados y me hacía la enferma para faltar porque venía A. desde el sur y no importaba más que eso, pasear y la buena vida por un par de horas. Pero ahora la oficina es otra cosa y todos tenemos nuestra vida y mientras tengo que escribir una carta institucional pidiendo autorización para poner un stand de no sé qué en no sé qué evento pienso en que lo único que haría es buscarte para salir a divertirnos como nenes por la ciudad, como viajeros por una ciudad nueva, porque vieron que cuando uno viaja la cosa es distinta, por más que muchos critiquen eso de ser turista yo quisiera pasear por Buenos Aires así un par de días, mochila-termo-botellita de agua-y-si-somos-pobres-unos-sandwichitos-con-fiambre-y-pan-de-supermercado porque incluso si hay lo que gastar lo gastamos en otra cosa. Buenos Aires con el plus de saber cuáles son los lugares imperdibles del día y de la noche, pero tener todo el tiempo y todo el sol para salir a mirar.
Quiero mirar el mapa, armar el bolso y viajar.

martes, septiembre 05, 2006

 
Merienda con S. para inaugurar el depto nuevo de su chica que también es un poco de él. Llegamos tarde los dos y nos ponemos al día pese al poco tiempo. Casi siempre pasa lo mismo: yo sólo quiero hablar de dispersiones amorosas y él tiene una bolsa llena de libros que primero me comenta con una precisión que me da envidia y que después vuelve a guardar para dármelos a mí. Bibliografía obligatoria para el artículo que tengo que escribir de acá a octubre. No sé qué haría sin mi amigo académico que tan bien sabe guiarme por el mundo de quienes escriben sobre lo que leen, a veces bien, y mucho más divertido cuando se atreven a las barbaridades. Nos reímos. Llevo no uno sino dos paquetes de capullitos de maíz y me como yo sola un paquete y medio (no porque no convide sino porque a él no le gustan y se come, solo, un paquete entero de alfajores Jorgito). Las adicciones son así. Podría comerme la mitad que queda, pero lo dejamos porque un gesto femenimo es siempre dejar un poquito, al menos un poquito, a salvo del atracón.
Subte al centro para ir al Premier a ver Trelew con las chicas. En la estación, compro el último número de la revista Barcelona y me río sola, a carcajadas, primero en el andén y después en el vagón. No me puedo contener. Después de unos minutos ya no me da vergüenza. El titular, enorme, en la portada, habla del aborto a las mogólicas. Me divierte mirar a algunos de los que me miran.
En el cine, me espera C., hace frío, tenemos que esperar a M.
C. lee la Barcelona en la calle mientras yo entro a Losada y continúo con el atracón, ahora de libros. No iba a gastar demasiado. Ya voy tres pesos en la revista, ahora otros tres en un libro de Ferreyra que no tengo, y que no puedo no comprar. Podría también comprar ése de Trotsky sobre Marxismo, de Alianza, a seis pesos. Pienso que los libros baratos son mucho más peligrosos que los caros. ¿Cómo hago para no comprarlos? La semana pasada, en uno de los días de encierro, salí a hacer la compra del día, y en la compra del día incluí dos libros de la librería de viejo que tampoco podía no comprar. El dinero no es nada en comparación a todo lo que puedo incorporar a la biblioteca. Hay algo de fetichismo, pero me parece bien. Igual, el de Trotsky no lo compré.
Dejar algo pendiente es la excusa para volver.
Al cine con amigas. Comentarios con una y pañuelitos para la otra. Los buenos relatos sobre los ´70, o los mismos ´70, nos dejan con la sensación de que somos un desastre. Hablamos de los tiempos, la diferencia de generación, la atrocidad del menemismo. Esas cosas que sabemos todos. Los padres militantes. Mis padres que no fueron militantes. Esa cosa de no creer. Gente de nuestra edad, o incluso más joven, armando -armada- una revolución y nosotros ahora qué. Sí, esas cosas que sabemos todos pero que la película nos deja primero sin hablar para después hablarlo todo.
Entre la conversación y los silencios vamos reencontrándonos con nuestra vida y nuestros temas. Llegar a casa y leer hasta tarde, preparar hoy los abstracts para un congreso, volver a sentir que puedo producir algo.
Igual, la pregunta es, cómo hacer para tocar la Historia.
* * *
actualización:
A raíz de este post tengo una calurosa discusión con Ch. por msn. Estar o no de acuerdo con la mitificación de los ´70. Tema que da para largo. Recuerdo, por otro lado, aquella otra voz, la que decía que si se dedicaba a escribir sobre los militantes lo haría, siempre, en forma heroica. En esa conversación, que surgió después de una conferencia, recordé que el primer cuento que escribí "en serio" (y no por eso menos malo: era malísimo), en 1994, fue sobre una chica que durante la tortura cantaba los datos de su novio y otros compañeros. Ni mejor ni peor. En ese entonces, después de haber leído el Nunca Más, no existió para mí la posibilidad de narrar eso sólo con heroismo. Ese relato ahora queda en una anécdota simpática. Pero no deja de ser un relato escrito en los ´90 por alguien que comenzaba a ser adolescente a mediados de esa década. Ni mejor ni peor. Ni héroes ni antihéroes. Sino la fascinación por pensar los tiempos, las juventudes, los procesos que componen nuestra identidad. Están los que se fueron, los que mandaron al muere a un montón de pendejos desde afuera, los que no sólo no murieron sino que hoy están salvaguardados por cuentas bancarias que desde hace años no dejan de engordar en forma sospechosa. Es imposible, para mí, no mirar los ´70 desde un lugar que ya no cree en los cuentos color de rosa ni en el rojo más puro de la revolución. Pero lo que intentaba decir, lo que nos pasó ayer a las tres, cuando salimos del cine, de ver Trelew, es que nos dejó mudas la película como espejo y diferencia de lo que somos hoy. No creo que se militara por moda. Supongo que había de todo. También, si hablamos de modas, creo que hay modas mejores que otras. No todo pasado fue mejor. Y ni siquiera estoy convencida de que aquel pasado fuera mejor. No es una mirada nostálgica de aquellos años que no conocí sino una mirada que en muchos momentos no encuentra reflejo sobre los tiempos de hoy. Miro con asombro a aquellos que en algún momento pudieron (incluso si cedo a aquello que no creo "que fue por moda") creer en algo y vivir por aquello en que creían. Morir, incluso. No sé si por eso son héroes. No creo que importe. Sólo que a veces se pone difícil tener energía para hacer un montón de cosas, amar hacerlas incluso creyendo que no sirven para nada, que no vienen por un cambio ni por nada más que mi propio placer y el de mis amigos. Entonces pienso, y me pregunto, cómo se hace para tocar la Historia y cuál es la Historia que hoy se puede tocar.

lunes, septiembre 04, 2006

 
De regreso a la oficina, después de una semana, me doy cuenta que ya no importa estar atenta a cada vez que suena el timbre; que, de hecho, no lo estoy.
A veces se producen pequeños hábitos que no nos detenemos a registrar: (como por ejemplo) que suene el timbre del primer piso, sin dejar de hacer lo que hago prestar atención a ver si la voz, que si no es esa voz la tarea continúe sin alteraciones (una desilusión que se evapora rápido), y que si sí es esa voz (lo escucho hablar con las recepcionistas), la tarea continúe con una línea de atención dedicada a escuchar lo que dice y también los pasos, seguirle el recorrido, cómo pasa primero por la oficina de al lado y saluda (¿de qué habla?); cómo, pronto, llega a la mía a saludar y conversar apenas. Eso, que en aquel momento ni me parecía dedicación, ahora es un mínimo de adrenalina que se extraña en la rutina laboral. Levantar la vista cuando sé que está cerca, mirar por los huecos de la persiana americana, ojos negros en el marco negro, y entonces las sonrisas, hola, hola, ¿tódo bien? sí, ¿vos? bien. Algún día llegarán los detalles. La sorpresa de que alguien en quien te habías propuesto (con éxito) no pensar, de pronto piensa en vos: un domingo a la noche, ajá, mirá vos este mensaje, pensar durante diez minutos en qué contestar y no comprender, en ese entonces, que ahí puede empezar a cambiar (o a surgir) la historia.

sábado, septiembre 02, 2006

 
Me acuesto en la cama de una plaza bajo la ventana en la habitación de los libros. Me tapo y estornudo: entra frío por la ventana mal cerrada. Leo poesía y me empapo. Tres poéticas distintas. La chica sex & the city en Nueva York, pequeño libro azul que ya recontra conozco; la tensión y densidad en el libro no tan pequeño y blanco, con un gallo en la portada, me angustia esa voz del silencio y lo comunicable en otra lengua sin palabras; y la chica que fue madre hace poco y toma café en otra editorial, ése lo paso rápido: lo leí hace poco.
Levanto la vista y pienso en mi placard algún día cuando guarde un vestido de novia.
No me da vergüenza.
Va a estar enfundado en naylon, con las manchas de esa noche o, más probable, limpio de tintorería, estéril de recuerdos de una noche que no sé si será. Pienso en cómo se vería entre toda mi ropa esa parte de la falda blanca que no llega a ser cubierta por el naylon. Cómo serán los zapatos. Si el vestido sobrevivirá generaciones.
No conozco ningún vestido de novia de ninguna mujer de mi familia.
Las marcas de lo disfuncional.
Y toda la educación, todos los años para soñar con eso.
Las fiestas que no tuve y la ilusión del vestido.
Es extraño. Lo disfuncional, sin embargo, tiene su bandera bien alta, colorida. Es siempre tentación.
Me voy a pintar las uñas de rojo. Voy a usar una minifalda.
Voy a verte esta noche, atrevida.
El tiempo es mío:
leo poesía en la cama de una plaza, en la habitación de los libros, bajo la ventana que por mal cerrada deja entrar el frío.
Estornudo.
Pienso en el vestido en el placard. Eso no es pensar en la fiesta.
Es un vestido guardado.
Pienso en un juego: ir a una modista, hacerme un vestido y quizá no usarlo nunca. Pero suena triste, como un payaso que no divierte, sádico.
***
Leo:
...
por qué se siente
tanto
ahí
cuando el amor
se vuelve
no más
esa palabra
peligrosa.
***
y leo (es cierto, para las amigas que ven a Sarah Jessica en mis aventuras):
Me gusta que me besen
en los labios
que digan que soy linda
deseable a cada rato
y también
que mi conversación
es ingeniosa y divertida.*
Anahí Mallol, polaroid.

viernes, septiembre 01, 2006

 
No sabemos si es Santa Rosa pero llueve.
Me tiró de la lengua y terminé en un planteo que tomamos a la risa porque ya... Pero es que no, no entendés que yo nunca lo hubiera dicho, no de vergonzosa ni nada, sino porque no da, porque ya sé que es problema mío, y dale, espero que lo entiendas, porque esa pretensión mía obviamente no cabe en ningún lado y ya vi que no funciona. Estoy acá para aprender y mostrar. Todo bien, mañana vemos: lo creo, intento creerlo, por momentos sí.
Hoy es primero de mes y el último día de mi semana en casa, en vías de recuperación, cada día mejor. Un último día que me deja picando un fin de semana lleno de deseos producto de nuestro delirio y de los días en que no.
Si vemos películas juntos son siempre películas de esas que no debe ser fácil incorporar en mi curso de Estructuras Narrativas, o que deberían ser las únicas películas a estudiar. Esas que te hacen flashear y rogar a Dios que por favor un día se te caiga al menos una buena idea para poder hacer algo así o más bien distinto.
Se pasa el día y se nos hace la noche.
Por ahora más es mejor.
No sé cómo pero escucho un cuento en voz alta. Su modo de respetar la puntuación es de niño correcto y me enternece. Me estremece.
Tengo muchas pequeñas instantáneas del encierro de hoy. Con o sin lentes. De cerca o de lejos. Pensando mucho tiempo en eso y por momentos en otra cosa. Un tejido de complicidad que promete ser paño para abrigarnos mientras nos mojamos bajo la lluvia, mochilas pesadas, tintineo de miradas, gotas en la sonrisa.
Alucine los momentos en que se siente que sí.

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...viene a mojarse los pies a la luna...

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